lunes, 8 de octubre de 2018

Mi sexo y tu trato


Ella quiere resolver un horario del día siguiente. Él quiere mirar la tele. Ella, bañar a los nenes. Después, mientras él juega al fútbol, ella va al supermercado, prepara meriendas y revisa cuadernos.  Compra materiales, pone la mesa, seca lágrimas y pega tres gritos. Él llega después. Y dice que la cena está fría. Ella se ríe. Él confirma el humor de la escena (no es tan grave, se puede comer así). Se hacen chistes. Los hijos se divierten también.

Levanta la mesa. Los nenes se lavan los dientes. Los acuesta. Les lee un cuento. Se duermen. Llega él. De súbito, interrumpe tu caminata al baño. Morís por pis. Morís por CERO. Necesitás mente en blanco. No querés contacto. Porque necesitás –requerís- conectarte con vos.

Pero.

Él. Ahí. Enfrente tuyo. Evitándote el paso hacia el pis. Le das un beso escapista, pero te retiene suave/firmemente: quiere seguir (Fuck). Dos opciones (siempre hacés lo mismo -¿cuándo te vas a ocupar?): o parás el carro –así, de una- No. No me quiero meter en esta. No tengo ganas de arrancar. Me da paja desvestirme, tocarte, ponerme en conexión con lo que me provocás. Porque hace 5 horas éramos dos extraños resolviendo vidas ajenas vía Wapp de audio. Y, cuando nos llamamos por teléfono para terminar de dirimir el tema, rubricamos la idea de que ése detrás de la línea, es un completo ajeno.

Pero esa parte no la digo. Digo solamente que no quiero coger. “Estoy muy cansada”. Sí. Es honesto. Fue un día largo. Además. Cada vez que me contestás mal se me seca una fuente de orgasmos húmedos. Me voy secando sexualmente –con vos- porque no hacés ningún esfuerzo por hacerme sentir mejor. Tus métodos de seducción son extraños. Sutilísimos. Casi imperceptibles. Casi corruptos. Casi un afano. Te doy. Te doy. Te doy. Te doy. Vos recibís. Laburás. Regresás. Comés. Te bañás. Das dos besos y tres gritos. Cagás. Y dormís (antes tratás de coger).

Opción 2: tenemos sexo. Con mi onda, que:

2.a) me relajo y la paso más o menos bien.

2.b) no me relajo y la paso evidentemente mal.

El otro -alteridad espejada- se hace o no cargo de la respuesta física. Y nos vamos a dormir.

Contado así, es un relato. Un cuento. Una verdad cotidiana. Le falta cierre, claro. En eso estoy -igual que vos-. Intento sostener (a pesar de la negación exterior) que se puede hacer algo. Que se puede ser distinto.

Que el éxito de mi charla con él va a sostenerse en el tiempo. A pesar del tiempo. Que lo que todos viven y legitiman –o silencian- no es la Verdad. No es la Vida.

Tal vez –también- haya que ser prudentes (como algunas calladas) y resguardarse más.

Tal vez los silencios masculinos, sus reflexiones solitarias, no permitan –casi como los muros de una ciudad fortificada) que nada de lo que ve y escucha afuera le produzcan ningún efecto. Ninguno. Absoluta inmunidad ante el comentario ajeno. Solo necesita una cosa para mantenerse vivo: tu amor.

Lo que ocurre, es que el amor es regable. Es estacional. Depende mucho de las condiciones. No es perenne. Tal vez debería serlo. No sé. Porque sería injusto. Como el amor entre hermanos, entre padres e hijos. Que no puede sostenerse en la pareja. Esos vínculos –muchas veces- son desequilibrados. Incómodos. Desgastantes. Sostenidos por la historia. No por el goce del presente.

El matrimonio, la vida en pareja, no debe ser así. Los años compartidos pesan. Para bien y para mal. Te dan confort. Y te hinchan los huevos. No querés pensarte sin él. Pero no hacés nada. Pero no activa. No registra. Esquiva. Dilata.

Hasta que él también se pudre de tus negativas. Y vos le tenés que explicar lo que necesitás, tartamudeando, porque no es el mejor momento para exponer tu postura.

Discuten. Te hacés cargo. Vos estás nerviosa. Es eso. Vos no te relajás.

Justamente.

En nada de eso ayuda. Desde el principio. Desde esa llamada hace 5 horas, en la que me puteaste porque no querés llevar a los nenes al cumpleaños de la hija de mi prima. No resguardamos nuestros momentos (mala mía). Vivimos para afuera. Para atarearnos. De ese modo, no pensamos.

Pero. Ahora.
 Me hago cargo. Empiezo a virar. Mejor dicho, intentamos virar. Para que la rutina no nos entierre. Para que el malestar no nos aplaste. Para evitar el caos. Para volver a elegir

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