Ella quiere resolver un horario del día
siguiente. Él quiere mirar la tele. Ella, bañar a los nenes. Después, mientras
él juega al fútbol, ella va al supermercado, prepara meriendas y revisa
cuadernos. Compra materiales, pone la
mesa, seca lágrimas y pega tres gritos. Él llega después. Y dice que la cena
está fría. Ella se ríe. Él confirma el humor de la escena (no es tan grave, se
puede comer así). Se hacen chistes. Los hijos se divierten también.
Levanta la mesa. Los nenes se lavan
los dientes. Los acuesta. Les lee un cuento. Se duermen. Llega él. De súbito,
interrumpe tu caminata al baño. Morís por pis. Morís por CERO. Necesitás mente
en blanco. No querés contacto. Porque necesitás –requerís- conectarte con vos.
Pero.
Él. Ahí. Enfrente tuyo. Evitándote el
paso hacia el pis. Le das un beso escapista, pero te retiene suave/firmemente:
quiere seguir (Fuck). Dos opciones (siempre hacés lo mismo -¿cuándo te vas a
ocupar?): o parás el carro –así, de una- No. No me quiero meter en esta. No tengo
ganas de arrancar. Me da paja desvestirme, tocarte, ponerme en conexión con lo
que me provocás. Porque hace 5 horas éramos dos extraños resolviendo vidas
ajenas vía Wapp de audio. Y, cuando nos llamamos por teléfono para terminar de
dirimir el tema, rubricamos la idea de que ése detrás de la línea, es un
completo ajeno.
Pero esa parte no la digo. Digo solamente
que no quiero coger. “Estoy muy cansada”. Sí. Es honesto. Fue un día largo. Además.
Cada vez que me contestás mal se me seca una fuente de orgasmos húmedos. Me voy
secando sexualmente –con vos- porque no hacés ningún esfuerzo por hacerme
sentir mejor. Tus métodos de seducción son extraños. Sutilísimos. Casi imperceptibles.
Casi corruptos. Casi un afano. Te doy. Te doy. Te doy. Te doy. Vos recibís. Laburás.
Regresás. Comés. Te bañás. Das dos besos y tres gritos. Cagás. Y dormís (antes
tratás de coger).
Opción 2: tenemos sexo. Con mi onda,
que:
2.a) me relajo y la paso más o menos
bien.
2.b) no me relajo y la paso evidentemente
mal.
El otro -alteridad espejada- se hace o
no cargo de la respuesta física. Y nos vamos a dormir.
Contado así, es un relato. Un cuento. Una
verdad cotidiana. Le falta cierre, claro. En eso estoy -igual que vos-. Intento
sostener (a pesar de la negación exterior) que se puede hacer algo. Que se
puede ser distinto.
Que el éxito de mi charla con él va a
sostenerse en el tiempo. A pesar del tiempo. Que lo que todos viven y legitiman
–o silencian- no es la Verdad. No es la Vida.
Tal vez –también- haya que ser prudentes
(como algunas calladas) y resguardarse más.
Tal vez los silencios masculinos, sus
reflexiones solitarias, no permitan –casi como los muros de una ciudad
fortificada) que nada de lo que ve y escucha afuera le produzcan ningún efecto.
Ninguno. Absoluta inmunidad ante el comentario ajeno. Solo necesita una cosa
para mantenerse vivo: tu amor.
Lo que ocurre, es que el amor es
regable. Es estacional. Depende mucho de las condiciones. No es perenne. Tal vez
debería serlo. No sé. Porque sería injusto. Como el amor entre hermanos, entre padres
e hijos. Que no puede sostenerse en la pareja. Esos vínculos –muchas veces- son
desequilibrados. Incómodos. Desgastantes. Sostenidos por la historia. No por el
goce del presente.
El matrimonio, la vida en pareja, no
debe ser así. Los años compartidos pesan. Para bien y para mal. Te dan confort.
Y te hinchan los huevos. No querés pensarte sin él. Pero no hacés nada. Pero no
activa. No registra. Esquiva. Dilata.
Hasta que él también se pudre de tus
negativas. Y vos le tenés que explicar lo que necesitás, tartamudeando, porque
no es el mejor momento para exponer tu postura.
Discuten. Te hacés cargo. Vos estás
nerviosa. Es eso. Vos no te relajás.
Justamente.
En nada de eso ayuda. Desde el
principio. Desde esa llamada hace 5 horas, en la que me puteaste porque no
querés llevar a los nenes al cumpleaños de la hija de mi prima. No resguardamos
nuestros momentos (mala mía). Vivimos para afuera. Para atarearnos. De ese modo,
no pensamos.
Pero. Ahora.
Me hago cargo. Empiezo a virar. Mejor dicho,
intentamos virar. Para que la rutina no nos entierre. Para que el malestar no
nos aplaste. Para evitar el caos. Para volver a elegir
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