lunes, 29 de octubre de 2018

Fantasía

Su deseo aparecía repentinamente –como nos pasa a todos-. A veces era una risa. Otras, una imagen. En ocasiones, un gesto. Un cuadro propio. Una escena ajena. Las variantes que adoptaban los posibles activadores eran impensadas, cuantiosas, suculentas.
Esa habilidad, la de volverse súbitamente ardiente deseo, era lo que a él más lo encendía de ella. Solo con pensarla. Solo con imaginarla. No le hacían falta fotos –aunque las hubiera-. Solo necesitaba refrescar su risa, recordar su boca. Así empezaba. Luego, la catarata de imágenes no se detenía. Era caudalosa, vibrante, erizante. Eran cuadros, como planos detalle en una película. La sostenía de la mandíbula con las dos manos. Le revisaba la comisura de los labios con la punta de su lengua. La tomaba del cuello. Con fuerza. Ella corría la cara, intentando soltarse, riendo apenas. Él acrecentaba la presión. Ella quedaba inmóvil. Él respiraba en su cuello. La olía. Porque ese olor –que tan certero aparecía en el recuerdo- era una fragancia animal que lo invadía para no  dejarlo pensar en nada más.
Pero. La oficina. El laburo. El contexto circundante.
Para ella era igual. Le ocurría lo mismo. En sus actividades cotidianas, en medio de las rutinas más deserotizantes, ella encontraba un quiebre. Una grieta. Porque necesitaba volver a sentirse deseo. Por eso. Leía amores. Escuchaba pasiones. Era cuestión de decidirlo. De activarlo. En algunos casos será resucitarlo. En otros, crearlo por vez primera. No hay otro modo de ser vivientes: reconstruyendo placeres. Recreando escenas que enaltezcan tu ego. Que te hagan sentir bien con vos.
El sexo es el acto que más nos conecta con el placer. Porque, a la vez, de un modo explosivo, se activan órganos sexuales, zonas erógenas concretas y abstractas. Pero que allí están para volarte el bocho.
El sexo no es un modo de vida, es estar vivos. Porque nos deja una impronta energética que nos hace mejores personas, que nos libera de miedos, de frustraciones, de dudas. En el acto sexual sos. Son: vos y el otro –o los que sean- y lo que allí se hacen sentir. Ojo, claro. Eso depende de lo que fuiste antes y de la idea que tenés de lo que serás después.
Ergo.
Ella soñaba, él la imaginaba. Ambas fantasías se encontraban más tarde –esa noche o alguna otra-. Algunas escenas se concretaban, otras mejoraban en la concretización. Después, se dormían, o se levantaban. Y todo su mundo estaba teñido de la luz que deja haber cogido como corresponde.

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