jueves, 30 de agosto de 2018

El agujero en la pared (un TP enlazado en la realidad)


Galliano Julieta

Luján

Tengo que arrancar por lo que aúlla. No me puedo mantener impertérrita ante el grito. Ante el pedido de auxilio. Siempre. Siempre que algo acontece en la escuela es un aviso. Una llamada. Una exigencia. Un clamor. Muchas veces los que formamos parte de la institución nos hacemos los distraídos. Nos lavamos las manos. Nos llamamos al silencio. Y silenciamos. No siempre tiene la culpa la Dirección, que es la que no toma cartas en el asunto. También el cuerpo docente calla y acepta al bajar la cabeza y no hacer nada. Eso para mí es miedo. Mediocridad. La moral de cada quién dictará sentencia –y la apreciación de los alumnos, claro-. No entiendo del todo a qué le tememos los docentes. ¿A involucraros? ¿A discutir con un superior? ¿A que nos echen? ¿A que nos pidan más de lo que nuestro tiempo puede dar por un sueldo tan miserable? No sé. Nada de eso me parece suficiente para mirar cómo el paso de nuestros adolescentes por el ámbito escolar se transforma en una lucha de poderes. En el escenario de la desilusión. Con suerte, alguno que otro encuentra un rumbo porque tiene padres  certeros, o algún conocido adulto que se convierte en mentor. Los jóvenes necesitan encontrar en la escuela un espacio que los conmueva, que los conmine. Hoy sólo transcurren. La escuela secundaria es bancarla hasta que egreses. Copiarte trabajos prácticos. Caerle bien a los profes jodidos. Sacarse 7. Pasar desapercibido. Porque el desinhibido, el divertido: ¡Es tremendo! El tímido: es mudo. El que sabe las respuestas y pregunta lo que le interesa: es un pesado. Esas son las frases que se escuchan en sala de Docentes. Los apellidos son marcas indelebles. Los errores son insalvables. A nadie le interesa lo que les pasa a los jóvenes fuera de la escuela. Porque nadie tiene ganas de trabajar más allá de su pequeño campito. A veces, cuando algún profe se anima, se interesa, se mueve, termina -después de transitar la desorientación y la bronca- decepcionado como el resto. Realizando su tarea de manera lineal, como quien no tiene un rumbo ni un plan.

La escuela necesita gente llena de energías y esperanzas. Claro, soñadores idealistas, pero con los pies sobre la tierra. No existe tarea más revolucionaria que la docencia. Estamos obligados a revelar, a rebelar. El ámbito escolar debe generarles intrigas, dudas. Deben sentirse acompañados en el camino de la búsqueda, del descubrimiento, del conocimiento. No se puede enseñar a todos lo mismo del mismo modo. Pero para eso debe haber docentes y directivos a la altura. No sirven los decepcionados. No sirven los miedosos, ni los tibios. Por eso, cuando en una escuela católica un grupo de alumnos de cuarto año de secundaria –de los cuales la mayoría cursa en esa institución desde los tres años de edad- se pone de acuerdo con el otro cuarto año (que habita el salón de al lado) para hacer un agujero en la pared –tarea que lleva tiempo, planificación, dedicación y ruido, muchísimo ruido-, algo hay que pensar. Hay –necesariamente- una pregunta que se alza y pide ser contestada. Alejandra Pizarnik, poetisa argentina, escribió:

Esperando que un mundo sea desenterrado por el lenguaje, alguien canta en el lugar en que se forma el silencio. Luego comprobará que no porque se muestre furioso existe el mar, ni tampoco el mundo. Por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa..

(La palabra que sana)

No hay nada más llamativo que el silencio. Cuando todos callan: los directivos que no saben qué actitud tomar y deciden castigar a los alumnos sin charla, sin indagar sobre todo lo demás que el símbolo “Hacer un agujero en la pared” implica, allí es donde la palabra sería sanadora. Hay que escuchar a los hechos. Hay que hacerse cargo de las responsabilidades. De las veces que se silenciaron realidades.

En la escuela de la que hablo, los alumnos vienen manifestando malestar desde hace años. También los docentes, que sistemáticamente han ido abandonando la escuela producto del cambio de conducción y todo lo que ese cambio trajo como consecuencia. Los estudiantes de esos cuartos años han pasado por tres directivos distintos. Todos han salido intempestivamente de sus cargos. Por detrás, la Orden religiosa que funciona como marco saca y pone directivos como en un juego de ajedrez se eliminan fichas. Los docentes también somos intercambiables. Aquello que dominaba el espíritu de esa escuela franciscana ha ido muriendo junto con las pérdidas que sufrió el plantel. La comunidad aún cree que algo de eso queda en el colegio. Por eso los jóvenes se resisten. No porque la educación religiosa sea el camino eficaz, sino porque ellos saben que desde el vínculo, desde el verdadero interés, desde el afecto, desde la presencia continuada, responsable y comprometida se logra cualquier cosa. Pero el maltrato, la negación y la desidia son pecados en el ámbito educativo. Aunque ninguna Orden religiosa ni ninguna Inspección lo note. O sí, y sea cómplice.

Julieta discurría sobre el valor de la palabra en su balcón de Verona: Que hay en la palabra rosa que la haga rosa? Que hay en el apellido Montesco que haga que Romeo sea Montesco? Nada. La fuerza del hábito crea realidades. Las palabras hacen. Las palabras construyen. Y también los silencios. Especialmente los silencios. Es menester escuchar, desentrañar los hechos escolares. Es nuestra responsabilidad darle voz a los adolescentes. Es nuestra obligación que el punto de vista escolar no tiña nuestra visión.

Creo que mi lectura del texto toma el término desbaratar –que utiliza como recurso mucho más que expresivo la autora- en su sentido más amplio. El verbo transitivo (que requiere de un qué –siempre se desbarata algo-) DESBARATAR tiene un origen que se une a la destrucción, al estropicio. Es decir, deshacer, malograr algo. Esto puede hacerse de modo planificado o sin darse cuenta. La traducción al francés de este término (como tratamos con lenguas hermanas podemos darnos esta licencia) resulta esclarecedora del sentido que intenta darle Duschatzky: “perturber”. Desbaratar, entonces, haría referencia a desarmar, a desordenar, para perturbar. O, más bien, ese desorden, ese desarmado genera una perturbación en el status quo. O, más aún: el lenguaje escolar como Lo establecido, como Lo que se escucha constantemente, como La Verdad sobre lo que ocurre en las escuelas perturba, porque no permite avanzar, profundizar, modificar. En definitiva, crecer. Es por eso que, la autora propone un desarreglo, un desorden para intentar nuevos órdenes, más ligados a las auténticas verdades que circulan en las aulas.

La elección del verbo “desbaratar” me resulta llamativa. Su origen se remonta a cuestiones mercantiles de la más baja estofa. En el siglo XIII se utilizaba para hacer referencia a una venta infructuosa. Algo que había sido intercambiado de modo que el vendedor había perdido parte de su inversión. Creo que en la escuela actual, no existe un vendedor: el docente y un comprador: el alumno. Si así fuera, los maestros estaríamos entregándoles algo muy valioso a cambio de muy poco a nuestros alumnos. Yo no quiero desbaratar el lenguaje escolar en ese sentido. Desbaratar debe entenderse entonces como agitar, desordenar. Así como el verbo francés medieval “barate”: agitar. Esta palabra nació en relación con la sensación que dejaban las batallas –bataille-. En las aulas de hoy ocurre algo así como una batalla. Cada clase es el enfrentamiento entre un docente que (se supone) tiene un plan y unos jóvenes que –según las circunstancias- buscan cosas bien distintas de lo que propone el docente. La agitación que nos deja dicha batalla debe ser el germen de un nuevo modo de conducirse en clase.

Los docentes no podemos seguir quejándonos porque los alumnos han cambiado. Porque las cosas no son como en otra época. La queja inmoviliza, aprisona, aísla, impide. Es la sensación de desastre que deja la batalla (cansancio, hartazgo, frustración, desencanto) la que debe mover a la acción.

‘Un agujero en la pared’.

¿Cómo problematizar este malestar?

Hay que hablar. No se puede hacer la vista gorda. Son los alumnos los que buscan desbaratar. No es que somos nosotros solitos quienes debemos desarmar una manera de sentir la escuela. Son ellos los que se quejan. Los que manifiestan el hartazgo y piden a gritos –a través de la batalla contra la escuela misma- un desbaratamiento del status quo. Es por eso que hay que sentarse a charlar al respecto. Pensar con ellos qué buscaban. Qué pretendían. Hay que desentrañar la metáfora con los alumnos (previo intento de lo mismo en reunión de directivos y docentes).

¿Qué leemos en este gesto que comunica y destruye a la vez?

La lectura debe nutrirse de lo que auténticamente está pasando en el establecimiento, en las vidas de los alumnos, en el modo de vincularse intrínseco a la institución. Pero para eso hay que estar dispuestos a bancarse el “desbaratamiento” que tal tarea supone. El piso tiembla con la aceptación de lo que no funciona bien, porque eso exige una acción tendiente a resolver, a arreglar, sin tapar, sin esconder. Sin cegar ni acallar.

¿Qué propósito mueve a semejante tarea?

Por supuesto que la respuesta a este interrogante podrá desplegarse a través del discurso de los alumnos y de los propios docentes que vivencian el clima escolar. Es de absoluta relevancia intentar desentrañar lo que motivó dicho plan. Qué les estaba pasando. Qué querían demostrar. Todo eso se oculta debajo de la acción realizada y es justamente eso lo que debe desenvolverse en medio del desbaratamiento.

¿Qué potencia circula en ese plan meticulosamente desplegado?

La fuerza de la juventud. El deseo de hacer. Las ganas. Una energía malograda. Una transacción en la que alguien –o varios- no están obteniendo –ni tampoco vendiendo- un producto que los satisfaga, que los interpele, que los motive. En medio de semejante derroche de energías, las mismas buscan fluir por otras vías.

Lo importante es darse cuenta –fehacientemente- de que hay algo que aúlla por una transformación.

Lo inevitable es hacer parte a quienes aúllan de un nuevo modo de hacer escuela. Porque esta, la actual, es barata. No se trata de imponer una nueva verdad. Si no más bien, de estar atentos a la agitación, porque es la que permite crecer. 
Texto escrito a partir de la lectura de: "Desbaratando el Lenguaje escolar" de Silvia Duschatzky



miércoles, 1 de agosto de 2018

Capítulo 20: Sublimierung


Capítulo 20: Sublimierung

Por fortuna el tiempo pasa más rápido de lo que en el presente uno puede entender. Hay momentos en los que el acontecer se apodera de nosotros y sentimos que somos presas del devenir. Sin embargo, cuando miramos hacia atrás, descubrimos el valor de cada una de nuestras decisiones. Hasta de las más pequeñas, aquellas que nos parece que tardarán una vida en mostrar sus consecuencias. Somos el producto de nuestras acciones, de nuestras decisiones. Mi recorrido en el colegio del que tanto les hablé ha terminado hace tiempo. Estoy estudiando Psicología en la UBA. Mi mundo se amplió tanto que me resulta irrisorio pensar en cuánto me preocupó lo que allí pasaba. Completé mi educación secundaria en una escuela de la zona, que no era el paraíso educativo, pero al menos manifestaba muchos menos vicios que aquella. Allí amplié mi círculo de amistades, descubrí que hay muchos perfiles de docentes –no todos están infectados con el virus de la desesperanza- y aprendí a bancármela. No bajé la cabeza para seguir aguantando las injusticias de docentes que no tienen vocación, ni amor -o al menos respeto- por la sublime tarea que ejecutan.  Quedarme allí, después de repetir de año, hubiese sido aceptar todas sus injusticias. Todas sus irregularidades. Todos sus silenciados crímenes. En síntesis: el pasado pasó. Pero dejó su marca. No digo su herida. Digo su marca. Una marca que en un principio debió ser atendida, sanada. Porque sangraba. Durante un tiempo llegó a heder. Pero poco después –mujer resiliente, me llaman Natu y Pili- la infección cesó. Y le herida empezó a sanar. Por suerte en el alma y en el cuerpo las heridas dejan cicatrices. Las cicatrices son bellas. Bellísimas. Porque son señal de vida experimentada, de caminos recorridos. De riesgos enfrentados.

Mi antigua escuela sigue existiendo. Conserva su nombre. Conserva su edificio. Pero no conserva sus raíces. No reniego tampoco de eso. Es producto de la sociedad en que vivimos. De los valores alterados. No estoy diciendo que mi Centro Educativo (aún lo llamo mi), el colegio de mi infancia y mi adolescencia alguna vez fuera perfecto. Solo insisto en que algunos cambios –realizados con plena conciencia, adrede, en pos de un modo de ser y enseñar frío, rígido y ciego- son irreparables. No digo que la época de los frailes dentro del colegio haya sido ideal. Sólo digo que al menos era más humana. La elección de los líderes es la que hace la diferencia. Porque son ellos los que marcan el rumbo de una institución. La que sea. Hoy por hoy, quien manda a sus hijos al colegio en el que yo no terminé la secundaria, sabe que su elección es una máscara. Porque la comunidad entera sabe con certeza por dónde pasa lo central en dicho establecimiento. Pero esta sociedad requiere de este tipo de escuelas. Cuando se busca otra cosa –lamentablemente- hay que hacer un recorrido casi alternativo.

Peli se quedó en el extranjero. Volvió por unos meses después de su viaje. Me contó todas sus experiencias. Estaba igual, pero amplificado. Creo que me enamoré aún con más fuerza del Peli que regresó. Pero supe desde el primer momento que no iba a quedarse quieto. Desde el primer momento me expresó su deseo de volver a irse. Sus padres podían bancárselo y la experiencia era fascinante. Nunca me sentí mal por su decisión. Nos disfrutamos esos meses que estuvo en Argentina –y seguimos encontrándonos cada vez que viene a visitar a amigos y familia-. Tuvimos muchísimo sexo. Tanto como para que de nuestros registros físicos nunca se borraran ciertas sensaciones. Nos dijimos todo lo que sentíamos. Nos alegramos de habernos tenido. De seguir teniéndonos a la distancia. Y cortamos el noviazgo. Evidentemente.

Natu estudia en el UNA. Hace un año que vive solo en CABA. Esta de novio con un compañero de la facultad. Tuvo su primera vez con ese novio. Me contó que fue mejor de lo que había soñado. Y que cada día descubren nuevos modos de amarse.

Pili vive con sus padres y hermanos. Estudia Medicina en el Austral. Viaja mucho para llegar hasta la facu y en cada viaje conoce gente. Algunos se transforman en amigovios, otros en incertidumbres. Lo cierto es que Pili no quiere ponerse de novia. Esta de novia con su pasión por la medicina. Por ahora al menos,

Esteban terminó conmigo la escuela secundaria. Sus padres también decidieron cambiarlo de colegio. Él también está estudiando en el UNA. Es el más sexy de todos los que allí cursan. Todas las chicas de su carrera han salido con él –las lindas, claro-. Lo bueno es que Esteban (MS como le gusta que lo llamemos) trata a todas con igual ternura, con idéntica pasión. Todas quedan super enamoradas de él. Y yo agradezco por lo bajo ser su amiga y saber cuán seductor es.

Pedro se dedica al campo, como su papá. Estudia para ser Ingeniero Agrónomo en Luján, mientras trabaja poniendo en práctica todo lo que aprende. Sigue siendo igual de ocurrente, igual de desinhibido que siempre. Pero ahora frecuenta a las compañeras de la facultad de Esteban –porque las de Agronomía son menos, y ya lo conocen bien-.

Mi papá sigue siendo un recuerdo tormentoso. Hay alegría y tristeza en mis memorias. Todavía lo necesito y creo que siempre lo voy a extrañar. No sé bien si lo que necesito y extraño es lo que verdaderamente fue o lo que yo hubiese necesitado… pero lo cierto es que lo extraño. Y pienso en él casi todos los días.

Mi mamá está en pareja hace más o menos dos años. No viven juntos. Nosotras tampoco. Apenas empecé a laburar –ilustro libros para adolescentes en una editorial que funciona a través de intenet- me fui a vivir a la vacía casa de una tía-abuela que vive en un geriátrico hace décadas. Nos vemos poco. Yo diría que lo suficiente. Creo que con el paso del tiempo ambas vamos entendiéndonos más. Yo dejo de juzgarla tanto, y ella deja de esperar tanto de mí. Ni una ni la otra es la madre ni la hija que la otra espera. Pero nos vamos aceptando. Respetando.

Mis hermanos siguen en la suya. El mayor, viviendo en el extranjero. El menor boyando de novia en novia, hasta que alguna se convierta en su mujer ideal.
Atenea. Dejó la docencia. Regresa a ella ocasionalmente, como para despuntar el vicio, para reencontrarse con su primer amor. Se dedicó de lleno a la escritura. El otro día me contó que está escribiendo una novela sobre lo que vivimos aquellos años en nuestra escuela. Me dice que es su modo de sanar aquellas heridas. De reivindicar a todos los damnificados. A todos los silenciosos sangrantes. Para suavizar aullidos. Para sublimar el dolor