A todos nos gusta gustar. A todos nos
gusta sentirnos deseados. Si decís que
no, tal vez sea porque te lo negás. O porque te alcanza con tu propio deseo.
Buscaste tanto, deseaste tanto, que
ahora estás satisfecho.
La cosa es que el hambre siempre
retorna.
Entonces. Otra vez. Algo vas a desear. No sé qué. No
importa qué.
Lo cierto es que si no desearas, si el
hambre no reapareciera, si estuvieras constantemente satisfecho, entonces
estarías prácticamente muerto. En coma. No sé qué te mueve. Lo que sé es que el motor
no puede ser externo. No puede venir de tus hijos, no puede venir de tu pareja.
No puede ser el vinito de la noche. Ni la birra con amigos del finde. Esto
también. Pero no solamente.
Hay que tener hambre, decía. Hay que
tener un huequito que llenar, siempre. Ayn Rand diría que ese huequito debería
llenarse con tu creación. Del tipo que sea. Porque de eso se trata ser humano. De
ser creadores. Los humanos no somos meros vividores. No estamos aquí para
pisar, quemar, cortar, pudrir, envilecer. Deberíamos hacer crecer la realidad
circundante, en vez de arruinarla, invadirla, tirarle ácido. Gritarle. Aplastarla.
Sin embargo.
Muchos no se apasionan. Muchos llegan
muertos. Agotados. Y así se levantan. Es cierto que tal vez tu laburo no te
copa. Pero es lo que tenés para sobrevivir. Para comer. Para transcurrir.
Es que, pensado así, parece el lento camino
hacia la tumba –o hacia las vacaciones-. Y, honestamente, es bastante pedorro
imaginar el día a día así. Tan de sacrificio. Tan de resignado. Por eso. Yo no
digo que largués todo y te quedes en bolas. No digo que vayas por la vida diciéndole
a la gente que es tibia. Yo digo otra cosa.
Digo que recuerdes. Que sujetes. Que despiertes.
Que te metas bien adentro tuyo y te banques la pelusa. Que resistas la vergüenza
de reconocerte infiel a tus verdades, a tus aspiraciones. Sí. Lograste muchas
de ellas. Quizás te recibiste como habías planeado. Quizás te casaste o te
pusiste en pareja como habías planeado –o, tal vez, simplemente ocurrió-. Después
tuviste uno, dos, tres hijos, que es parte del plan, por supuesto.
Empero.
Consultita. ¿Cuánto de aquello está
satisfaciendo tus impulsos personales? ¿Cuánto de aquello lo estás practicando
en tu mejor versión?
O, quizás, sos un profesional mediocre
haciendo una actividad que no te gratifica y, además, ni siquiera te retibuye
como necesitás. O, estás metido en un matrimonio rutinario con un pseudoextraño
que ronca en tu misma cama, pero al que ves menos de 4 horas por día. Acaso tu
ejercicio de la maternidad/paternidad es tan servil, tan vulgar que cada tanto
pegás un grito y te encerrás en el baño a llorar por esta vida fútil -para vos
y para ellos- que les estás presentando (o que te ocurre, quién sabe).
Uy, qué quilombo. ¿Ahora qué hacemos?
Pues.
Reencontrarte con algún goce. Tuyo. Individual.
Egoísta incluso. Está bueno ser egoísta de vez en cuando, o cada día con alguna
cuestión en particular. No sé qué. Tal vez intentes varios caminos ineficaces
que te desencanten, que te decepcionen.
Seguí buscando. Aunque te dé trabajo. Aunque
tu día a día tenga que durar 26 horas. Como sea. Como puedas.
Entonces.
Vas a ver que tu día se llena de luz. De
motivos. De fuerza. Aunque te pasen cosas fuertes, dolorosas, olvidables. La única
manera de sobrevivir es en búsqueda constante de plenitud. Eso le tenés que
mostrar a tus hijos. Eso te tenés que manifestar a vos mismo. La vida es esta. Hoy.
Ahora. En este instante. Que no se te escape de entre los dedos, mientras te
quejás de tu cansancio, de tu inercia.
Revolucionáte. Rebeláte. Viví.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario