domingo, 28 de octubre de 2018

Crescere: crecer duele.

Ella sufre. Se angustia. Le duele. Le cuesta. Yo estoy aquí, a su lado. Es pequeña. La observo. Intento no  intervenir de más. Ella me busca. Quiere protegerse. Esconderse en mi regazo. Meterse dentro de mi pecho. No la saco. No la reto. Me agacho y charlamos. Le cuento mi experiencia. Yo recuerdo muy bien lo que se sufre. Recuerdo muy bien mis propios miedos. Cómo se aceleraba mi corazón cuando debía entrar al jardín. Recuerdo que me ponía contenta, que me gustaba. Pero también recuerdo al compañerito que me acusó cuando me hice pis. 
Ella llora. A veces entiende. A veces no quiere intentarlo. Necesita de mis palabras. Necesita contarme. A veces no. A veces sólo es un abrazo y una empatía silenciosa. 
Ella sufre porque crece. Crecer es duro. Es arduo. Escarpado. 
Pero. 
Sus logros la enorgullecen. Ella sabe que puede. Le cuesta, claro. En ocasiones, le da vagancia. Quiere volver a upa. Quiere volver a que sea su intérprete. 
Lo cierto es que, para muchas cosas, ella no me necesita. Necesita mi borde. Necesita mi palabra. Necesita mi indicación. Pero no necesita mi acción constante. No necesita mi acción anuladora. 
Ella puede todo. Si lo intenta. Si se esfuerza. Ella puede incluso resolver sus angustias sociales. Solamente necesita que le escuche, que le refuerce cuánto vale, cuánto la amamos, cuánto puede. 
No le grites. No la calles. No la anules. Dejálos que te muestren. Que compartan. Asómbrense juntos. Contále que sentís, qué sentías, qué temías. 
Pedíle que te ayude. Que te entienda, que te escuche. Trátalo como lo que es: un sujeto en formación, con inacabables posibilidades, con sustanciosa sensibilidad. No se la anules. Que sepa que lo que siente te importa y, por tanto, debe importarle a sí mismo. Que sepa que nadie vale más que él. Que sepa que él no vale más que nadie. Pero que si no se cuida, si no se ama, no hay posibilidad de lograr nada.
Que aprenda a mirar. Que sepa que no se debe ir por la vida sin mirar. Que aprenda a distinguir a quién es mirar y a quiénes saltear, sin enojarse, sin odiar. 
Para eso, sé vos el modelo. Tomá conciencia de tu rol. Que vea en tus ojos qué debe preocuparle qué no. Que aprenda a tirarse en el pasto a mirar las nubes. Que aprenda a dormirse después de tanto reírse.  Que corra, que juegue, que lea, que ame. 
Dale las alas que necesita para volar alto. Para elegir rutas. Para ser un creador. Que deje huella. Que viva fuerte. Que nunca deje de sufrir, ni de llorar, ni de angustiarse. Pero que tenga herramientas para transitarlo, para transformarlo y transformarse. 
No le niegues el dolor. Porque después siempre aparece. Que sepa que llorás, que extrañás, que sufrís, que procesás, que aprendés, que errás. 
Que te sienta cerca, dispuesto, frágil y fuerte. Sé su guía. Su remanso. Su apoyo. No lo abandones en la oscuridad de un alma sin recursos. Pequeña. Enorme. Posible. Pero desvalida. 
Para eso estás, adulto. Para escuchar. Para observar. Para intuir. Para sostener. Para reafirmar. 
No los dejes solos. En manos extrañas. Fíjate bien cómo transitan esto, que lo es todo. Después.
Después vamos sanando las heridas que esto nos dejó.

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