domingo, 21 de octubre de 2018

Día de la Madre


Hasta hace muy poco,

La criticaba. La juzgaba.

Ella era la sumatoria

de sus pasados defectos,

de sus retroactivos errores.

Un día, sin embargo, descubrí,

Que yo también desbarrancaba.

A mí también me ocurrían cosas

que, adolescente y joven,

no alcanzaba a advertir.

Entonces.

Ahora.

La miro con misericordia

-a veces-

La juzgo con menos hierro.

La asisto con menos hartazgo.

Aunque.

Siempre va a ser referente.

Inevitablemente –freudiana y lacanianamente-.

Ella -su palabra, su mirada, su impronta significante- nos funda. Nos semantiza. Antes de ella era Nada –no jodan con nimiedades de fe y filosofía de vida-. La verdad es la verdad.

 El rol materno supera excede rebasa cualquier otro rol.

Así como el sujeto puede comenzar a ser tal porque hay un objeto –que más tarde será alguien, al principio solo es cosa para mi satisfacción- también nos juzgamos a nosotros mismos desde ese origen. Por eso es que constantemente estamos albergando el profundo deseo de ser aceptados. De que la mirada ajena nos refuerce el yo. Nos acepte como estos sujetos que somos. Que construimos.



La cosa es que aquí falta un paso. El cual se concreta únicamente con la respuesta materna –o, más bien, con la interpretación de la respuesta materna-:

·        ¿A mamá le gusté?

·        ¿A mamá le rompo las bolas?

·        ¿Para mamá escucharme es aburrido, es estúpido, es cosa de 5 minutos?

·        ¿Cuánto valgo si mamá siempre tiene algo mejor que hacer que estar conmigo?

El momento en que el hijo se ríe como un par de un chiste. El momento en el que te encontrás riéndote con ellos, olvidándote de que sos mamá, -o, descubriéndolo en su más profunda verdad-. El momento en que compartís una charla y él te aporta una mirada novedosa. Ahí. Les abrazás el Yo; les acariciás su percepción de sí mismos; le das adrenalina a su espejo, a su estima. Así. Mostrándoles que son lo suficientemente valiosos para ser escuchados.

Después.

Que entre madre –real-  e hijo –también real- haya encuentro, depende también un poco –bastante- de lo que esa madre sea y qué energía transmita.  Un poco de sal. Un poco de pimienta.  Madres e hijos pueden estar eternamente enamorados. O no.

Lo relevante es que los hijos debemos llegar a cierto punto vital para entenderlas. Mientras que las madres deberíamos proponernos descubrir si los hijos que criamos tienen lo mejor o lo peor nuestro, y, si en algo nos mejoraron, aprender de ellos.

Ser madre es haber aprendido a ser hijos que han perdonado a sus madres.

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