Hasta hace muy poco,
La criticaba. La juzgaba.
Ella era la
sumatoria
de sus pasados
defectos,
de sus retroactivos
errores.
Un día, sin
embargo, descubrí,
Que yo también
desbarrancaba.
A mí también me
ocurrían cosas
que, adolescente y
joven,
no alcanzaba a
advertir.
Entonces.
Ahora.
La miro con
misericordia
-a veces-
La juzgo con menos
hierro.
La asisto con menos
hartazgo.
Aunque.
Siempre va a ser
referente.
Inevitablemente –freudiana
y lacanianamente-.
Ella -su palabra,
su mirada, su impronta significante- nos funda. Nos semantiza. Antes de ella
era Nada –no jodan con nimiedades de fe y filosofía de vida-. La verdad es la
verdad.
El rol materno supera excede rebasa cualquier
otro rol.
Así como el sujeto
puede comenzar a ser tal porque hay un objeto –que más tarde será alguien, al
principio solo es cosa para mi satisfacción- también nos juzgamos a nosotros
mismos desde ese origen. Por eso es que constantemente estamos albergando el
profundo deseo de ser aceptados. De que la mirada ajena nos refuerce el yo. Nos
acepte como estos sujetos que somos. Que construimos.
La cosa es que aquí
falta un paso. El cual se concreta únicamente con la respuesta materna –o, más
bien, con la interpretación de la respuesta materna-:
·
¿A mamá le gusté?
·
¿A mamá le rompo las bolas?
·
¿Para mamá escucharme es aburrido, es estúpido, es cosa
de 5 minutos?
·
¿Cuánto valgo si mamá siempre tiene algo mejor que hacer
que estar conmigo?
El momento en que
el hijo se ríe como un par de un chiste. El momento en el que te encontrás
riéndote con ellos, olvidándote de que sos mamá, -o, descubriéndolo en su más
profunda verdad-. El momento en que compartís una charla y él te aporta una
mirada novedosa. Ahí. Les abrazás el Yo; les acariciás su percepción de sí mismos;
le das adrenalina a su espejo, a su estima. Así. Mostrándoles que son lo
suficientemente valiosos para ser escuchados.
Después.
Que entre madre –real-
e hijo –también real- haya encuentro,
depende también un poco –bastante- de lo que esa madre sea y qué energía
transmita. Un poco de sal. Un poco de
pimienta. Madres e hijos pueden estar
eternamente enamorados. O no.
Lo relevante es que
los hijos debemos llegar a cierto punto vital para entenderlas. Mientras que
las madres deberíamos proponernos descubrir si los hijos que criamos tienen lo
mejor o lo peor nuestro, y, si en algo nos mejoraron, aprender de ellos.
Ser madre es haber aprendido a ser hijos que han
perdonado a sus madres.
Salud y felicidad para este día que merece tanta gente.
ResponderBorrarHermoso Juli ❤
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