sábado, 6 de octubre de 2018

Estructuras

Estructura. Estructurada. Limitada. Tensa. Ansiosísima. Metódica. Especialista. Previsora. Controladora. Inflexible. Fuerte. Pujante. Pesada. Molesta. Repetitiva. Represora. Reprimida. Corta mambo. Detallista. Imparable. Impermeable. Loca. Pero no linda.
Así. Todo eso.
Faltó defectuosa. Faltó insegura. Faltó cagona. Faltó desconfiada. Herida. Tal vez todos estos últimos adjetivos expliquen los de más arriba.
Pero. De súbito.
Un pibe. O dos. Porque al principio son dos pibes y la madre. Madre, madre no sé. Sostenedora. Amamantante. Cambiadora de pañales. Insomne. Inquebrantable. Llorona. Entregada. Quejosa. Incogible. Frígida. Apagada. Sosa. Fofa.
Entonces.
Aprovechadores. Saqueadores. Mutiladores encubiertos.
Por suerte. Uno de los dos ha crecido. Uno de los dos tiene un motivo. Profundo. Arraigado. Inconfundible. Irrevocable. Se da por rachas. Una vez él, una vez ella. Secar lágrimas. Entender. Tolerar. No dejar sucumbir. No dejarse ganar por el dolor.
Un día.
Un día ya no hay que perdonar. Ya no hay que recordar. Ya no hay que aguantar. Juro que llega. Finalmente. Con trabajo. Con confianza. Con decisión.
Miles de veces decide cuidar o poner en riesgo. Quejarse o acompañar. Hablar con otros o hablar entre sí. Cada vez que abre las puertas de su intimidad, cada vez que confía en quienes no están en profunda comunión consigo entrega su paz. Les regala las llaves de su proyecto, de su vida entera.
Y esos otros, luego, duermen en calma en sus propias vidas, en sus privados proyectos (decadentes o no) mientras ella, presa del insomnio, cargada de esas ideas que le completaron blancos en su cabeza –blancos que no pudo ni quiso contar- concibe atrocidades de las que se arrepentirá apenas las concrete.
Es importante saber distinguir en quién confiamos. Ante quién nos abrimos. Es tarea ardua aprender a resguardarnos. A veces un consejo no va cargado de envidia conciente, pero la lleva. Pero la supura.
A quién elegiste.
Por qué lo elegiste.
Quién te arropa, quién te mira, quién mira a tus hijos con la misma intención que vos.
De qué te cansaste.
De qué te atrevés a hablarle.
Esas charlas, duras, escarpadas, imposibles, son con él. No con ellas. No con otros.
Abríte de punta a punta: el pecho, el abdomen. Mostrále lo que tenés adentro. Esas viejas vísceras en descomposición que te dejó aquel yerro. Ese hueco hediondo que late lento –pero late- desde que te dijo aquella frase.
Encuéntrense. Para que dejes de estar sola. Para que dejes de ser frígida. Para que vuelvas a reírte –con él-.
Cuéntense sus miedos.
Díganse sus fracasos.
Pídanse perdón.
Prométanse cumplibles.
Realicen incumplibles.
Sean uno, siendo dos.
Mírense a través de los ojos de sus hijos.
Bésense y tóquense delante de ellos.
Que la humanidad entera sepa que se puede errar y volver a empezar.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario