lunes, 25 de junio de 2018

Por qué los adultos me odian? Capítulo 17: #AbortoDeIdeasYa


Capítulo 17: #AbortoDeIdeasYa

  Hoy nos hicieron participar de una especie de “Debate sobre el Aborto”. Ponéle que fue un debate. Porque el hecho de que sea una escuela religiosa implica que todo lo que nos digan al respecto los adultos tenga que ver con una postura en contra del aborto. No digo que sea necesariamente generacional. Pero creo que los jóvenes tenemos una energía, un impulso vital que muchos adultos no solamente no tienen hoy, sino que creo que es una generación que nunca sintió pasión. Los apasionamientos de los adultos de hoy son bastante circunspectos. Y las veces que se enardecen, lo hacen desde una postura de superioridad que elimina la posibilidad de diálogo. Del tipo: “no hablo de esto con vos porque sos un pendejo”. Cuando lo cierto es que nuestra mirada de la realidad –si bien está en construcción- sustenta una frescura y una verdad que tiene que ver con haber nacido en un mundo que no es el de ellos. Este mundo es otro –por fortuna- y los cambios, si no son buenos, son reales. Por tanto, son material con el cual uno debe aprender a convivir, a avanzar, a Ser. Sin traicionarse.

El “debate” fue, verdaderamente, un fracaso. No porque no hubiese deseo de intercambiar ideas. No porque estuviésemos cerrados a escuchar a los adultos. Si no, porque los argumentos que esgrimieron son patéticos. Son inválidos racionalmente. Son indemostrables. Apelan a cuestiones que pasan por la fe y no por la verdad fisiológica, psicológica ni emocional. Ni siquiera ven de refilón la verdad del mundo actual. De la emotividad femenina. De que el sexo hace rato que dejó de ser únicamente- si alguna vez lo fue- para procrear. El sexo tiene cientos de matices. Y eso no se puede negar. El argumento de “si no se cuidaron y están embarazadas, jódanse” no solamente manifiesta la poca capacidad de reflexión, la imposibilidad de empatizar con otros, si no también –y especialmente- deja por fuera la realidad objetiva de que el sexo es muchas cosas diferentes para muchas personas distintas. Diversión, placer, autoestima, perversión, comunión, egoísmo, superación, intimidad, dolor, ternura, y así al infinito. Pensar que el sexo tiene un rol social determinado vinculado con la continuación de la especie es hacer una lectura del mundo actual, que no solamente esta demodé, sino que atenta contra el desarrollo del Hombre mucho más allá de lo que la Religión católica ha planeado para él. El hombre es singularidad. En sociedad, sí, claro. Necesito creer, necesito estar convencida de que hay posibilidad de auténtica felicidad. Que más allá de que uno sea un buen amigo, un buen hijo, un buen estudiante, un gran profesional, un potente proveedor, un solidario, un exitoso… que más allá de todo eso, podamos ser nuestra Verdad. Que podamos sentirnos orgullosos de lo que creemos y pensamos[1], sin reparar en lo que digan los supuestos sociales, económicos, religiosos o una moralidad particular al respecto. Bancarnos nuestra honestidad. Nuestra verdad más sensible, más profunda, de las entrañas. Aunque algunos –o muchos- dejen de querernos o de frecuentarnos porque esa singularidad, les rompe las pelotas. Pero, ¿saben por qué? Porque les expone su propia mediocridad.

Yo quiero ser un ejemplo para mí misma. No porque me las sepa todas. No porque no esté aprendiendo constantemente –con cada parpadeo- apoderándome de reflexiones que me hacen rever mi manera de ser conmigo misma y con los demás. Pero lo que más me interesa aprender en este momento –porque me sobra tiempo para aprender de los demás cuando quiera tener un vínculo elegido (no como el azaroso que nos viene con la familia)- ahora quiero aprender a respetarme. A mejorarme. A defenderme. A indagarme cuando haga falta. A no serme hostil. Porque mi propio orgullo de mí misma, habla de mi capacidad de esfuerzo -o de su ausencia-, de mi habilidad como sujeto que es capaz de crearse, y, entonces, de crear.

Entonces, crear, ¿es crear vida? Es crear ¿arte? ¿Ciencia? ¿Política? ¿Ideología? ¿Qué es realizarse? ¿Tiene que ver con esta cuestión de “la realización”, la necesidad de tener hijos? ¿Realizarse es, -desde hace siglos - el chivo expiatorio para que haya negocios millonarios como el matrimonio y la paternidad? ¿Realizarse es actuar de modo que se esté convencido de que la única posibilidad de auténtica felicidad se da a través de la familia? No sé. Pienso. Me parece. Y me horroriza. Porque un poco de compromiso con eso tengo. Porque así es mi familia. Así piensa todo el mundo para cualquier lado que miro. Y yo creo que quiero –léase necesito- ser egoísta. Singularidad. Individualidad. Sin herir a nadie. Sin deberle nada a nadie. Y a veces me tienta el modo de ser impreso en el ADN. Pero –afortunadamente- me doy cuenta, y trato de correr hacia el lado opuesto. Sin juzgar. En silencio.

Eso hice en el debate. Lo hice yo y lo hicieron muchos. En realidad, al principio estábamos entusiasmados. Teníamos ganas de que se nos escuchara. Porque sentíamos que éramos un poco protagonistas. Que estábamos en el centro de la escena. Éramos nosotras, las jóvenes, las mujeres que teníamos planes, que no veíamos como único motor en la vida el deseo de armar una familia de la cual pudiéramos ser madres, las que pedíamos que nos dejaran abortar. Ni hablar en otros estratos sociales: violaciones, incestos, dolor, vergüenza, hambre, miedo como motores de la inclinación abortiva. Teníamos mucho para decir. Pero usaron estratagemas propias de La naranja mecánica[2]. Nos pasaron un video en el cual se veían imágenes inapelables. Violentas. Golpes bajos. Sin testimonios. Sin detalles. Sin pormenores. Fetos latentes. Cuerpos de niños abortados en el suelo de un hospital. No puedo decir que eso no me conmovió. Que no me heló las entrañas y me las retorció de pena, asco y dolor.

Sin embargo.

Hay un montón elementos analizables. Que no se pusieron en discusión. Y cuando quisimos exponerlos, nos acallaron con “tener relaciones sexuales requiere de una responsabilidad para la que debemos estar preparados, incluso si implicase tener un hijo”. Pero la vida no es tan lineal. Ni siquiera es tan certera. La vida tiene matices. Y uno de ellos es que el deseo sexual está presente en cada acto de nuestro día a día. Indefectiblemente. Por supuesto, con sublimaciones, con bordes, con cauces, contextualizada. Pero está. No solamente desde la ternura. No solamente desde el deseo paternal o maternal. Nosotras no queremos tener sexo para convertirnos en madres. No queremos ser esclavas de un error. Tampoco queremos involucrar a nadie en nuestro error. Mucho menos queremos cargar con un hijo no deseado, con un ser que –aunque nos enamoremos de él/ella- no fue nuestra elección. Un ser que nos aleja de nuestras metas individuales, íntimas, honestas. No estamos diciendo que vamos a ir por la vida abortando embarazos azarosos. Pero tampoco queremos tener la certeza y el horror de cargar con un hijo que nos hizo un violador, un incestuoso o el pervertido que sea. Queremos poder ir por la vida abriendo las piernas sin condenarnos a la horca. Porque imagino que no debe existir nada más asfixiante que tener un hijo en brazos, que llora, nos reclama, nos exprime, sin desearlo, sin quererlo, porque la sociedad lo exige. Pero cuando dijimos estas cosas –muchas menos en realidad- nos tildaron de asesinas. De irresponsables. De putas –aunque no lo dijeron así-.

El debate terminó con una oración sobre los derechos del niño por nacer. Y las palabras de nuestro Director: -Debemos salvar las dos vidas: la del niño, que tiene derecho a nacer y la de la madre, que está presa de un momento difícil y se condena a una vida de arrepentimiento por haber asesinado a su hijo.

Punto final. Así de cabizbajas (también cabizbajos, claro) y con la sangre hirviendo en las venas, en los úteros salimos del “Debate sobre –contra- el Aborto”.



[1] Consultar Rand, Ayn: La virtud del egoísmo, Bs. As., Grito Sagrado, 1964.
[2] La naranja mecánica (A Clockwork Orange) es una novela del escritor británico Anthony Burgess, publicada en 1962 y adaptada por Stanley Kubrick en la película homónima estrenada en 1971. Se la considera parte de la tradición de las novelas distópicas británicas, sucesora de obras como 1984, de George Orwell, y Un mundo feliz, de Aldous Huxley.

lunes, 11 de junio de 2018

Capítulo 16: Las dos Fridas


Capítulo 16: Las dos Fridas[1]

Tengo abstinencia. Este último tiempo pasó de todo. En todos los ámbitos. Y no pude detenerme para reflexionar ni un instante –si es posible que yo no me detenga pensar, incluso en el movimiento- sobre lo que está pasando. Estas reflexiones. Las que me ordenan. Silencio de café honesto. No entre amigos. Entre dos partes de uno mismo. Pienso en el cuadro de Frida Kahlo. Lo estudiamos con la profe de Arte en el cole. Bah, no ese, otros de ella. Y yo llegué al de las dos Fridas tomadas de las manos. Una con una tijera en la mano y un agujero en su corazón. La otra con ese corazón latiendo a flor de piel. A corazón abierto. Yo. Conmigo misma. Pensándome. Juzgándome. Intentando perdonarme. Entenderme. Indultarme. Liberarme. Dejarme ser. Al menos acá. En mis pensamientos. En mi narrador en primera persona. En mi devenir del pensamiento. Casi casi como una asociación libre. El relato de una histérica de fines del siglo XIX a su médico[2], quien se supone que la va a “salvar” del pecado –lecturas freudianas-. De la locura de querer disfrutar de pensarse. De sentirse incomoda. De desear crecer.

 No sé muy bien qué voy a hacer cuando termine la secundaria. Me gusta dibujar sí. Ya lo dije. Pero también me gustan muchas otras cosas. El tema es que casi nadie nos explica cómo va a ser el día a día. las rutinas. La monotonía. Lo que vuelve todo gris si no se disfruta. Yo quiero tener una vida llena de colores. Al menos eso lo sé. Y también sé que depende únicamente de mí que así sea. De cada una de mis decisiones. Elecciones. Proyectos. Pero… ¿qué? ¿Qué podré elegir que no se vuelva una tarea para hacer dinero, para cobrar un sueldo? No quiero ser esclava de mis malas decisiones. De mis elecciones realizadas sin conciencia verdadera. No quiero que la vida me pase por encima. Que las cosas pasen porque así debe ser. Porque eso se espera de mí. Porque quiero escaparme de algo.

Estoy tratando de conocer. De aprender. De hacer mi propia búsqueda. Leer. Mirar. Investigar. Imaginarme. Proyectarme. Preguntar. Vivir mil vidas. A través de la escucha. Saber cómo se sienten aquellos que eligieron lo que eligieron. Preguntarles porqué hicieron ese camino. Conocer las opciones que no sé ni siquiera que existen. Para que sean parte del mapa. Del menú. Peli este verano viajará a Europa para trabajar y estudiar. Se va a bancar la universidad en España laburando allá. Lo armaron juntos: su papá y él. Ni él ni yo se planteó ni por un instante que nos íbamos a extrañar. Es decir. Va de suyo. Lo cierto es que nuestra historia juntos nos va a acompañar toda la vida. Más allá de si seguimos estando juntos o no. De si seguimos cogiendo o no. Peli está guardado en mi alma de por vida. Y yo en la suya. Y en nuestros cuerpos. Cada vez que nos excitemos, que deseemos a alguien, se va a activar ese registro corporal, sensual, automático. Que nació con él. Que nació conmigo en él. Por eso no nos preocupa estar un año, o una vida sin vernos. Sabemos que pueden pasar cosas. Y yo no voy a detenerlo. Quiero verlo crecer. Avanzar. Expandirse. Ramificarse. Ya quedó parte de él circulando en mi sangre. Ya quedó parte de mí, intertextualizándolo[3]. Somos textos atravesados por vivencias. Por voces ajenas. Por sensaciones. Allí voy, en las palabras, en los pensamientos, en la mirada de Peli. Aquí viene, conmigo, Peli bifurcándome, bifurcándonos.

No voy a llorar. No voy a lamentarme. Peli crece, mi novio avanza. Mi compañero sale, rebasa, florece. Y con eso me alcanza. Es feliz. Soy euforia.
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