Te acordás cuando histeriqueabas?
Cuando te histeriqueaban? Recordás el sentido de ese verbo?
A veces lo disfrutabas. Otras, lo
sufrías. Una cosa era histeriquear y, otra muy distinta, que te histeriquearan.
Sabías distinguir entre el histeriqueo improductivo, el del ególatra que sólo
lo hacía para acrecentar su estima y el histeriqueo del que te quería seducir. O,
tal vez en aquel momento no la tenías tan clara. Y hacías lo que podías. Vos mismo,
quizás, fuiste un poco ególatra –quién no lo es alguna vez- e hiciste sufrir a
más de uno/a.
Pero. Hoy.
Hoy no histeriqueás. Esas son
actitudes de otra época. Incluso sentís que el histeriqueo es prácticamente una
mala palabra. Es una conducta reprochable, reprobable.
Aunque.
Sos humano. Estás vivo. Entonces. No podés
evitar pavonearte para conseguir. Mostrarte para que te conozcan. Ostentás para
marcar territorio. Presumís para que te valoren. Te vanagloriás como escudo
protector. Ojalá no hiciera falta, pensás –pienso-.
No obstante. Es excitante el
histeriqueo. El cotidiano. El mínimo. El constante. Histeriqueás para juntarte
con amigos. A veces los pibes necesitan que te hagas un poquito el difícil
cuando se ponen remolones para el encuentro. A veces histeriqueás con tu vieja
que no te visita lo suficiente. En ocasiones, histeriqueás en tu laburo, para
que no te rompan las pelotas. O con tu pareja, para que cambie su actitud. El histeriqueo
es una estrategia de seducción.
Nuestro día a día debe ser –porque, de otro
modo, ¡qué aburrido sería estar vivos!- seducir y dejarse seducir. La pena está
en que ambos verbos estén cargados de interpretación careta. Porque es de
careta afirmar que histeriquear y seducir hayan quedado en el baúl de los
recuerdos de adolescencia y juventud.
Todos los vínculos están henchidos de
estas acciones. Perpetuamente somos meta de seducción. Inevitablemente buscamos
seducir. El histeriqueo es un método. Silencios. Miradas. Gestos. Frases ambiguas.
Nuestra ropa. Nuestra risa. Nuestro tacto.
No entiendan seducir ni histeriquear
con contenido sexual. Aunque, claro, es el deseo el que motoriza ambas
actitudes. Como estamos movidos por el deseo, como solamente nos debe interesar
el que nos seduce: el divertido, el inteligente, el que nos hace sentir bien
con nosotros mismos, el que nos ayuda a mejorar, el líder positivo, entonces. Entonces
somos animales que buscan al más apto. Al que más y mejor nos seduce.
El asunto es saber dejarse seducir –a través
del histeriqueo- solamente por aquellos que nos quieren bien. Uno está grande
para sufrir por el histeriqueo de un otro que sólo busca reafirmarse. En la
seducción siempre te tiene que quedar saldo positivo. Tu hijo, tu esposo/a, tu
jefe, tu amigo/a, tu viejo/a, tu hermano/a, la portera, el de seguridad, el verdulero,
la cajera del súper, quien sea, no puede restarte. No puede hacer que tu poder
de seducción se hiera, se limite, se seque.
Si no estás siendo capaz de seducir,
si el mundo circundante no te está seduciendo, abrí los ojos, restregátelos
bien, y buscá un motor para tu habilidad seductora.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario