Capítulo 4: Nominis
delatio (Denuncia)
Unos cabecean,
otros usan el celular debajo del banco, unos cuantos la miran con ojos vacíos,
más de uno escucha música furtivamente. Nadie. Nadie le presta atención.
Es que la clase
de Geografía es un embole. La profe no tiene ninguna gracia. Está claro que ser
docente no es ser un entertainer, ni un cómico, ni nada parecido. Pero debería.
Los profes deberían ser como los juglares de la Edad Media de los que nos habló
Atenea. O como los aedos griegos. Como los bardos de la Galia. Los antiguos la
tenían clara. No peleaban batallas absurdas. Tal vez en otras épocas los chicos
agachaban la cabeza y aceptaban la autoridad incuestionable del docente. Pero
hoy.
Hoy respeto que
sea un adulto. Que esté trabajando. Que esté agotado. Que la reme diariamente.
Yo también. Yo también la remo. Yo tampoco quiero estar acá. No así. Necesito
motivos para desear. Necesito un plan. Un plan del que yo no sea un elemento
pasivo. Quiero participar. Quiero entusiasmarme. Quiero elegir, divertirme,
sentir. Quiero sentirme seducida por una personalidad que disfruta estar acá,
estar conmigo, equivocarse y armar un nuevo camino tan original como yo y mis
compañeros. No entiendo porqué debería hacer lo que me dice esta mujer opaca,
triste, frustrada, fea, olvidable. No es una líder. ¿Cómo es que una invisible está
a cargo durante tres horas semanales de un grupo de adolescentes llenos de
energías?
Pérez nos pide
que abramos nuestros libros en la página 46. Hoy nos toca América Latina. Ella,
con su voz lineal, sin matices ni sorpresas, lee el texto que debería ser
motivador. Cada tanto, debe detenerse porque alguno de mis compañeros hace un
chiste a partir de una frase –“En América Latina, los países andinos están
tomando diversas medidas para mitigar los efectos de los terremotos y reducir
la vulnerabilidad de las construcciones edilicias. Costa Rica, Perú y México,
por ejemplo, llevan adelante programas de reacondicionamiento de viviendas y
reforzamiento de edificios inseguros, es decir, de aquellos que, por las
características de su construcción original, colapsarían fácilmente en caso de
terremotos (…)” “Profe… no quiere irse unos días a México?”- nos mira con ganas
de matarnos, así sin ningún filtro, baja la cabeza y vuelve a leer aún más
opacamente.
De repente -como
tantas otras veces- y por fortuna, entra Ale, nuestro preceptor.
“Chicos, tenemos
que hablar”.
Pérez lo mira
aliviada, como si la hubiera salvado de algún acto radical. Se sienta en su
–momentáneamente- escritorio y se pone a corregir. Mientras tanto, Ale nos
mira. En seguida, entran el Director, y
la Vice. Creo que es la primera vez que entran a nuestro salón en lo que va del
año. Ale comienza a hablar.
“Chicos, ustedes
saben que tienen que cuidar los espacios en los que habitan (Ale es un tierno,
aún confía en la pedagogía tradicional). Se comportan como villeros. ¿A quién
se le ocurre destrozar el lugar donde pasan cinco horas cinco días a la semana?
La escuela es de ustedes. Tienen que cuidarla.”
Mientras Ale dice
esto, la vice camina entre los bancos, nos mira –molesta- a la vez que esquiva
nuestras mochilas que se esparcen en el piso, desangradas. Llega hasta la pared
del fondo del aula. Busca, inspecciona, como un detective inexperto, sin
ninguna huella que seguir, sin ningún rastro que la guíe. Finalmente, con su
habitual falta de tacto, escupe, interrumpiendo al preceptor.
“Vamos, che, ¿dónde está el famoso agujero por
donde se pasan machetes?”
Silencio. Todos
sabíamos, apenas entraron al aula, a qué venían. Todos sabíamos que nuestro
secreto había sido descubierto, porque ya lo comentaban los quintos y los
sextos. Todos hablaban de nuestra astucia y de la torpeza de los profes que no
se daban cuenta de nada. Digo “nuestro” aunque nadie me haya consultado si quería
ser parte del plan. Fue como un tácito acuerdo colectivo. La joda nos divertía
a todos. Creo que incluso nos unió. Ni siquiera las “maduras” del curso se
negaron, ni advirtieron sobre los peligros, ni pusieron cara de oler mierda.
Los adultos
continúan con su estrategia. “Vamos, chicos. –dice la vice- Dígannos quién fue
ahora, antes de que esto se convierta en algo de lo que hable todo Paso del
Rey.” Es evidente: ella es la policía buena. El malo, es el Director -al menos
hoy-.
-No Liliana,
–protesta- te equivocás. Acá no importa si la comunidad educativa se entera o
no. Acá lo importante es que estos alumnos no se han dado cuenta de lo que este
acto connleva. La mayoría de estos chicos, viene a esta escuela desde los 3
años. Aquí han asistido sus padres, asisten sus hermanos. ¿Cómo puede ser que
no tengan sentido de pertenencia? ¿Que no cuiden el espacio que es de ellos?
¿Que ocupen el tiempo de clase en destrozar las paredes de sus salones? Yo no
entiendo Liliana, te juro que no entiendo Ale. (Parece que todos se han olvidado
de la profesora de Geografía. Afortunadamente, ella no demuestra quejas al
respecto. Ni se interesa por lo que este circo ha venido a plantear. Ella sigue
con la mirada fija en los escritos que corrige con ritmo. De vez en cuando,
alza el rostro, mueve los veloces globos oculares de un lado al otro del aula
e, indiferente, vuelve a su labor).
El aula queda
sumida en el más absoluto silencio. Pili me escribe por debajo de la mesa notas
en la pantalla de su celular. Pili es graciosísima, de modo que estoy más
concentrada en que no estalle mi carcajada que en lo serio del planteo
directivo. “¿La vice viajó en máquina
del tiempo desde 1950? ¿Qué onda esos zapatos?” “¿El dire fumó porro antes de
entrar o no duerme desde hace una semana?” “Ale parece el sobrino de unos tíos
locos… poooobre”.
Esteban no
resiste tanto silencio. Necesita decir lo que piensa. Hacer un chiste.
Descontractura: “Si esta escuela está llena de agujeros… ¿tanto lío por uno que
se agrandó un poquito? Mañana traemos un poco de cemento y les revocamos la
pared mejor que Cosme.”
Cosme es el
“multifunción” del colegio. En realidad más que multifunción es cerofunción.
Porque todo lo arregla más o menos. Dura lo que dura él dentro del aula. Luego
vuelve a romperse. Tal vez por eso los adultos se enojan tanto con Esteban.
Porque está diciendo verdades.
Mis compañeros y
yo estallamos en carcajada. Ale se da vuelta para que no veamos su risa. Pero
los dos directivos no mueven un músculo. Sólo fruncen aún más sus ceños (¿arrugas,
enojo, mediocridad, miedo?). Finalmente, la vice lanza: “Fernández, espérenos
ya mismo en Dirección -Esteban sale del aula con su habitual caminata de sex
symbol-. El resto, piensen qué van a hacer y cómo lo van a hacer. Pero que sea
pronto. Queremos tener a los responsables antes del viernes de esta semana. De
lo contrario, todo el curso va a recibir una sanción ejemplar.”
Seguidamente, nos
dejan en manos de la inexperta y abúlica profe de Geografía, quien se para,
abre un mapa de México en la pizarra digital y pregunta: “¿Quién puede decirme
dónde queda el río Papaloapan?”. Nuevamente, silencio. Pedro farfulla: “¿Por
qué Profe? ¿Está evaluando lo de las vacaciones allí?”
Posta... me senti una alumna más! Que nivel descriptivo!!!!
ResponderBorrargracias Vicky!!!
ResponderBorrarCualquier parecido con la realidad es pura coincidencia
ResponderBorrar