Capítulo 1: Hierarchiarum (Jerarquías)
Son las 7:15. Ya
deben estar dentro del aula. Entro apurada, corriendo. No zafo del comentario
sarcástico del Secretario que, como cada mañana, espera en la entrada del
colegio a quienes llegan en horario y a quienes no. Ni lo miro ni le respondo.
No hay nadie en el patio. Solo algún docente
que, como yo, llega tarde (aunque para ellos no parece ser un problema). La
Directora charla con los preceptores en una esquina de la galería, a la vez que
me observa sin decirme nada. Yo, me oculto en la capucha del buzo, y trato de
llegar al salón sin cruzarme con nadie más. (Ojalá existiese un túnel
subterráneo desde a puerta hasta el aula… desearía dejar de cruzarme con esos
adultos que nada bueno tienen para decirme, que no me miran a los ojos, para
quienes siempre soy un chiste).
Ya estoy frente a
la puerta de mi salón. Sé –y lo veo- que hoy tenemos con Gutiérrez. El de
Historia no es malo. De hecho, es bastante divertido. Sin embargo, yo tengo la
sensación de que no le gusta estar con nosotros. No sé por qué. Simplemente lo
siento. A veces entra al aula sin siquiera saludarnos. Nos mira serios, nombra
a uno y le toma lección. Otras veces da su clase armando enormes mapas
conceptuales en el pizarrón, que nadie llega a copiar y mucho menos a entender.
Si le preguntamos algo al respecto, nos responde con monosílabos, como si
estuviera sumergido en un mundo paralelo donde nada importa más que la
perfección de ese apunte en la pizarra. De verdad le quedan bellos. Y muy
lógicos. Aunque me faltan todas las ideas que conectan esos hechos entre sí.
Gracias a Dios existe Wikipedia. Me va bastante bien en Historia.
Lo cierto es que
Gutiérrez a veces da clases divertidísimas: repasa algún tema con nosotros para
arrancar uno nuevo. Mientras nos hace preguntas, interactúa con nosotros y nos
hace chistes. Cada vez que me pregunta a mí, quiero desaparecer de la faz de la
Tierra. Creo que le parezco medio estúpida. Porque cada vez que me habla se
refiere a mí como “la calladita”. “A ver, Martínez, ¿hoy me va a hacer el honor
de dejarme conocerle la voz?” Después de esa frase ya no escucho nada más. Ni
su pregunta ni mi silencio. Después, su lapicera en mi libreta: el 1 y su firma
grande y contundente.
Hoy.
Respiro profundo
y abro la puerta del aula. Todos me miran y Gutiérrez deja de hablar. Prefiero
no detenerme ni alzar la cabeza. Me siento en mi banco junto a Pili, que me
mira con intriga. El profesor no vuelve a hablar hasta que yo me siento. Cada
uno de mis movimientos está siendo observado por los 35 pares de ojos de mis
compañeros y por los implacables de Gutiérrez. Finalmente, dice: -¿Ya terminó,
Martínez? ¿O tiene que prepararse un cafecito antes de sentarse? Cuéntennos
porqué llega 15 minutos tarde a clase. ¿Se quedó pintándose las uñas?-
Risas. Gutiérrez
ya no me mira, porque comparte su éxito humorístico con los alumnos. Pablo, un
compañero al que todos queremos por su honestidad –y también lo odiamos por eso
mismo- grita: -Numi, trajiste las medialunas que te encargamos? ¡Estaba en la
panadería profe, para usted también trajo!
Todos ríen más
fuerte. Incluso yo. Qué fortuna que exista Pablo. A veces. Pili me da un beso
furtivo y me presta una hoja y una lapicera. Me hace una sonrisa mientras con
la mirada me señala hacia el profesor. Gutiérrez no se ha olvidado de mí ni de
mi entrada tardía.
Pide silencio y
vuelve a dirigirse a mí: -Bueno, ¡cuéntenos!
Lo miro.
Tartamudeo en las primeras sílabas y arranco. -Es que… cuando mi papá iba a
doblar en la ruta para entrar al colegio, se nos cruzó una moto y la chocamos.
Por suerte el hombre que iba en moto no se lastimó, pero fue un susto terrible.
Mi papá se quería asegurar de que todo estuviera bien así que nos quedamos con
el muchacho un rato largo ahí en la calle.
Silencio.
Gutiérrez no dice
nada. Yo tampoco. Sólo se escucha el “UUUUH” de mis compañeros y siento la
palmada en la espalda de Pili.
Después,
Gutiérrez sigue con su explicación sobre la Primera Guerra Mundial.
Comenten si les gusta. Quiero seguir escribiendo, pero para eso necesito saber que lo que digo no muere en mi alma. Que esto sirve para que algunos se sientan identificados, para que otros se enteren de una realidad que les es ajena, y -todos- nos convirtamos en mejores personas observándonos en nuestros errores, pero, especialmente, descubriendo nuestros valores.
ResponderBorrarLa literatura sana, amigos! A ustedes y a mí!
Quisiera el capítulo 2 porfavor, me encantó, porfavor sigue con estos capítulos
BorrarPerfecto, me recuerda bastante a un profesor. Por favor escribenos mas!
ResponderBorrarEstás leyendo el resto?
BorrarUff que injusto! A mi me recuerda a varios...jiji
ResponderBorrarSeguiste leyendo?
BorrarEs inevitable leer esto sin hacerlo con tu tono de voz en mi cabeza! Cómo nos has leído tantas mañanas :)
ResponderBorrargracias Juancito! de los pocos valientes franciscanos (porsuerte algunos hay) que se animan a valorar mi escritura!
ResponderBorrarte quise alumno, te adoré colega, te re quiero sujeto!