Esa vieja angustia que en un recuerdo
se hace carne y exprime –dolorosamente- el corazón, desaparece con tu presencia
objetiva.
Nunca te oí llorar. Tu egoísmo
infantil es entrega.
Lo que hacés y lo que sos -o al menos
lo que nos narra tu mamá con su modo de criarte- es orgánico.
Tu modo de vincularte con el mundo es
el más sano, el más calmo, el más real.
Vos necesitás descubrir –no en teoría
en 3º año de Secundaria- que los procesos de la vida son naturales. Que la
realidad es física y no racional. Que la existencia está primero en la
experiencia y después en su intelectualización.
Vos sonreís. Cuando querés. (¡Qué
fortuna!) Todo el tiempo. Vos sentís: hambre, ganas de jugar, deseos de
aprender. Gastás las energías de quien se come al mundo de a bocanadas, con
breves y constantes succiones, porque no quiere resignarse al egoísmo.
Me siento honrada de aprender de vos.
Te tengo al lado y no puedo evitar darme cuenta de que hago muchas cosas mal.
Tengo que aprender a esperar. A valorar. A disfrutar. Tu mamá lo está
aprendiendo. Vos ya lo sabés. Vos nos traés –como un personaje heroico- una
enseñanza que es el único modo de mejorar. No venís solamente a mejorar el
mundo con la buena nueva del Amor, venís a decirnos –sin furia, sin queja, sin
guerra- que la vida se vive desde el ritmo que a cada cual convenga, sin otra
Verdad que la de la aceptación.
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