Tengo
una amiga.
Una
amiga que conocí de grande –me quedan pocas de las de la infancia/adolescencia,
tal vez porque de grande aprendí a aceptar(me)-.
Una
amiga que aprende conmigo. Cada día. Cada encuentro.
Mi
amiga es Ana. Ana Eleonora. Ana es bella. Es tierna. Aunque se muestre dura y
firme.
Ana
es valiente. Es luchadora.
Con
Ana aprendo observando, escuchando, disfrutando.
En
realidad, Ana es también Ana y José.
Yo
no creo en las casualidades. (Ojo, no es que tengo un pensamiento mágico. ¡No!)
Creo
en las elecciones.
Ana
y José son –entre muchas otras cosas- como Ana, la madre de María, y José, el
padre de Jesús:
Ana
y José son padres, son familia. Padres que acompañan. Esposos que sostienen. Padres
que aprenden. Esposos que aman profundamente –porque esa decisión es preexistente-.
Soy
feliz de ser amiga de Ana. De Ana y de José.
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