viernes, 23 de febrero de 2018

Por qué los adultos me odian? Capítulo 3

Capítulo 3: A bove maiori discit arare minor. (Del buey viejo aprende a arar el joven)


Pili me da un beso y entra a su casa. Yo sigo la caminata sola. Más adelante va un grupo de chicos de 5to, más atrás unas chicas del otro cuarto. Paso del Rey es un lindo lugar para vivir.
Llego a casa. Como siempre, no hay nadie. Mi mamá trabaja, mi papá no vive con nosotras. Mis hermanos son más grandes y ya tienen sus vidas lejos de casa. Estoy mucho tiempo sola, pero no me lamento. Me gusta tener tiempo para mí. Leer, pensar, dibujar. No le muestro a casi nadie lo que hago. Mi papá ni siquiera sabe que me gusta dibujar. Cuando cumplí quince, me invitó a Disney con él y su mujer. La pasamos lindo, aunque cada vez que me sentaba en algún banco de un parque y sacaba mi cuaderno de hojas blancas, los tres –mi papá, Laura y su hija Delfi- me miraban raro. Por suerte Delfi se acostumbró a mi hábito. Se terminó sentando conmigo a garabatear los bordes de mi dibujo. Mi viejo cree que soy como una nena chiquita, que dibuja para hacer tiempo entre la merienda y la cena. Él no entiende que en ese hacer tiempo apareció esto que me hace tan bien.
Recuerdo pocas actividades que me entusiasmaran tanto como dibujar. Mamá siempre llevaba consigo hojas y crayones en su cartera. Mi hermano del medio y yo nos tirábamos en el piso de cualquier sala de espera no para matar el tiempo, si no para liberar esas energías que nos salían de las entrañas. 
Hermes no se animó. Lo quiero, lo admiro, pero no quiero ser como él. Mi hermano amaba dibujar, crear, imaginar. Sin embargo. Lo consumió su falta de confianza. Creo que está demasiado preocupado en hacer las cosas bien, en ser perfecto. Lo más frustrante es que no lo es, y, al paso que va, nunca lo será. Hermes niega sus posibilidades, escapa a su destino. Parece ser su peor enemigo, porque al que más ha escuchado siempre es a mi papá. Él sabe que papá comete errores. Pero no puede evadir su mandato. Yo, por suerte, soy más hábil para escabullirme. Tengo clarísimo que de papá solo puedo aprender lo que no quiero ser. Y eso no quiere decir que no lo quiera, que no lo respete. Tal vez no lo respeto como sujeto, como individualidad. Entiendo su pasado y su presente. Sé que –como Hermes- papá es el producto de la inercia. Ha hecho poco por él mismo. Ni siquiera su elección de nueva esposa ha sido en su provecho. Yo creo que él lo sabe. Pero no es lo suficientemente valiente para reconocerlo.
Mi mamá es un tema aparte. Me cuesta leerla con objetividad. Creo –y eso me da bronca, me da pena, me dan ganas de gritarle en la cara para que reaccione- que es una víctima. También creo que en algún momento le ha resultado cómodo ser víctima. Y allí se instaló. Papá, mi abuelo, la generación a la que pertenece, la economía, los hijos, el qué dirán, han sido trabas. Ataduras. Límites. Excusas. Cuando cuenta sus historias de vida quiero abrazarla. Porque sé que la niña, la joven, la flamante esposa, la joven madre necesitan contención. Pero unos instantes después, desearía tomarla de los hombros, sacudirla, hacerla reaccionar. Ya está mamá, fueron tus elecciones. Hacéte cargo. Olvidá el daño que te hicieron y que te dejaste hacer. Vos sos responsable de todas esas heridas, má.  Así no me gustás. Me ensuciás. Me hacés mal. Te entiendo, sí. Pero no me alcanza. No acepto que no puedas reaccionar. O que tus reacciones hayan sido desde el odio, desde la profundización de la herida. ¿Por qué no sabés perdonar? ¿Por qué no podés olvidar? ¿Por qué no sos capaz de aprender? Me hubiera encantado desear ser como vos. Pero no. No. Porque no me gusta el veneno que masticás. El dolor estancado, pudriéndose dentro tuyo, infestando todo tu ser.
No quiero ser como papá, ni como mamá, ni como Hermes (tal vez podría parecerme un poco a Aquiles –mi hermano mayor-). No quiero descubrirme adulta y seca. No quiero tapar agujeros. No quiero hundir en la tempestad de mis errores a la gente que alguna vez creí que amaba. Quiero dibujar. Quiero cerrar los ojos y crear. Quiero pensarme y proyectar, sin límites, sin miedo, sin prejuicios. No quiero escribir “pero”. No voy a admitir “pero”.
Mientras prendo la hornalla para cocinarme una pechuga de pollo, suena mi celular. Es una catarata de mensajes de What´s app del grupo “Cuarto será leyenda”. Parece que pasó algo. Algo que -para algunos- es grave.

2 comentarios:

  1. Una buena idea la de llevar hojas para q dibujen y no usen el celu... que buen capítulo este... excelente. Esa mirada silenciosa sobre sus padres, cuanto de esto pasa por mi cabeza!

    ResponderBorrar