domingo, 30 de septiembre de 2018

Sensualidad


Ya lo escuchaste muchas veces. Ya lo dije antes. Nos movemos por deseos. Aunque los ocultemos, aunque nos hayamos acostumbrado a esconderlos.

No podemos negar la autenticidad de nuestros sentidos. No podemos eludir que la sensualidad es guía, un mentor incondicional.

Aunque a veces cometamos errores –producto de una sensualidad infértil, que nos conduce a terrenos abortivos-, en general, la libido establece una conexión con nuestras verdades más legítimas. De modo que, cuando entramos en sintonía con ella –cuando somos sensuales y nos dejamos seducir- empalmamos con lo más erótico de nosotros mismos.

El hombre (el sujeto) es el único ser vivo que experimenta y practica el erotismo. Es con esto que el sexo se transforma en un terreno donde arraiga la humanidad. Lo profundamente humano.

Ojo. El erotismo está presente en toda suerte de vínculos, que no necesariamente conducen al desahogo de la eyaculación –masculina o femenina, je-.

De hecho -ustedes ya lo saben-, la sexualidad es erotismo en las culturas que más concientes son del genuino encuentro entre alma y corporeidad.

A veces me erotizo sola. A veces me seduce una palabra. Una voz. El contenido de una mirada. El estallido de una risa. El baile de una hoja. La calidez de una escena familiar. Un dedo en el lugar preciso. Una frase junto a un tono. Un: “Yo me encargo de la comida”. Un: “Me encanta como escribís.”

Nunca me excita que dejen de lado mi intelectualidad. Me excita seducir con mi escritura. Aborrezco que –antes de hacer referencia a mis escritos- aludan a mi cola.

Algún día –ojalá- seremos más libres, más verdaderamente humanos, y podremos dejarnos seducir, a cada paso, en cada instante, por lo que nos hace bien de los otros, por lo que los hace brillar.

Debería excitar la plenitud ajena. Los hombres que escuchan. Las mujeres que se quieren.

La sensualidad no necesita de ningún vestuario –no porque se ate a la desnudez, no-. La sensualidad no requiere de poder, ni de atributos físicos.

La sensualidad está dentro de nuestro caudal humano. Solo hay que dejarlo asomar, aflorar.

Entonces.

Vas a tener ganas de reír. De crear. De pensar. De resolver. De empezar. De completar. De jugar. De moverte. De salir. De tropezar. De escuchar.

Ya no vas a querer tener. Porque vas a necesitar transitar. Digerir. Procesar.

Y, pues, vas a hacer lo que los humanos hacemos con tantas variantes, con tanta entrega. Vas a coger un montón. Todo el tiempo. A cada rato. Con vos mismo. En tu cabeza. Con el otro.

Coger viene del término latino colligere. Está formado por dos partes: el prefijo com- que alude a reunión, convergencia, y el verbo –legere, que hace referencia a la inteligencia, a elegir, a leer.

¿Queda alguna duda, entonces, de que no hay un acto más humano que coger?

Cuando cogemos activamos las dos zonas que erotizan. Se reúnen los sentidos y el intelecto, el juicio, la imaginación. El mundo sensible se enriquece con el mundo fantaseado, fabulado, soñado.

Cogemos para cumplir nuestras invenciones. Cogemos para descargar nuestros cuerpos y nuestras mentes.

Por tanto, el otro, los otros, la otra, las otras, el plomero, el pizzero, el profesor, la alumna, la mucama, el cura, el doctor, la secretaria, su esposa, su esposa, esa pareja, una voz, un famoso, un secreto, una mirada, una idea, una sonrisa, se vuelven carne en un acto sexual que está cargado de la sensualidad de la que se nutrió tu cabeza, tu morbo. Y no necesariamente de la imagen de un culo, ni de esa perfección.

No arrastres a tu sensualidad hasta un rincón de tu habitación. No la aplastes en el fondo del placard para buscarla un sábado a la noche, obligadamente, porque hace mucho que nada. No la escondas debajo del cansancio, de la ya mentada inercia. No la abandones en los recuerdos de juventud. No se la adjudiques a otros.

Tu sensualidad te mantiene vivo. No te hablo del vulgar porno que te llega al celular –aunque es genial que tengas al menos ese método para conectarte con tus ganas-. No me refiero a las imágenes idealizadas en películas medio pelo como “Las sombras de Grey”. Te estoy diciendo que es la sensualidad retroalimentada en cada gesto la que te hace vibrar. Porque necesitás vibrar para levantarte, para laburar, para reír, para proyectar, para crecer, para coger. Y vuelta a empezar.

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