Mientras nos preparamos para dormir, pienso…
Qué pocas ganas de desvestirme. Qué pocas ganas de dejar que me corras la
tanga y de que tus caricias serenas se carguen de deseo. Qué pocas ganas de
sentir que te excitás, mientras yo solo quiero perderme en la almohada.
Lo que angustia es que esta tarde te deseé. Tuve ganas de vos. De tu peso. De
tu saliva.
Fue ahí cuando te mandé esa foto que nos tuvo en breve charla mientras una
estaba en el Jardín y la otra jugaba con sus muñecas. Esa foto que no era
porno, pero tampoco artística.
Tras esa foto me pediste un poco más. Me encerré en el baño y jugué a ser
lo que en ese instante me hacías sentir. La envié con un poco de vergüenza y
con mucha expectativa.
Tus respuestas nunca me desilusionan. Dijiste palabras justas, palabras de
hombre que quiere poseer un cuerpo por un rato, porque todo lo demás lo sabe
dejar en Libertad, para que vuelva, henchido de deseos.
Vos también enviaste una foto, y yo me sentí superpoderosa. Sé muy bien lo
que soy capaz de provocarle a mi hombre. Y lo había logrado.
Supe a su vez, qué palabras decirte y así llegamos a prometernos lo de esta
noche.
Ahora es “esta noche”. Pero, en el medio, vos recibiste a varios clientes,
respondiste a alguna demanda y viajaste 70 kilómetros.
Yo, fui remisera, niñera, cocinera, lavandera, payaso, maestra…
Así nos encontramos, a las 8 de la noche. Residuos de los amantes de la
siesta.
Nos metemos en la cama y buscás mi cola, como siempre, como cada noche. Es la
manera más cómoda de dormir, decís. Sos tan calentita, afirmás. Escuchamos un
quejido infantil y nos alarmamos, porque nuestras espaladas ansían una noche de
horizontalidad absoluta.
Silencio. Sigue tu búsqueda. Tengo tantas ganas de dormir, de quedarme diez
minutos con mis propias ideas, que no soy capaz de disfrutar de la transición
de las caricias en apasionamiento. Ya estás listo. Yo, dormida.
A mitad de la noche, me levanto para ir al baño. A tu lado, -abrazándote
como si fueras parte de sí-, duerme nuestra hija menor. Con delicadeza, la
separo de vos y la llevo a su camita.
Me acuesto pegándome a vos. Te beso el cuello y te abrazo con el deseo que
se ha vuelto a presentar.
Me devolvés el beso y me acariciás también.
Después.
Te escucho roncar, suavemente, pero con constancia.
Quedará para otro momento, compañero, nuestro
encuentro sexual
No hay comentarios.:
Publicar un comentario