Mientras me dejo llevar pienso...
Inercia. Ese fenómeno siempre me llamó la atención. Tal vez por lo fabuloso
y atroz que me resulta el hecho de que la materia se resista a modificar su estado
de movimiento o de reposo.
Nos oponemos a los cambios. Somos materia inerte.
Sin embargo, a nuestro alrededor ocurren cosas, sucesos que vienen a
interrumpir esa cómoda inercia. La inercia de una comodidad incómoda. De una
irritante manera de responder a los estímulos. Estímulos que crispan, que
pican. Pero que no somos capaces de enfrentar.
Entonces.
La inercia.
Quedarte quieto, callado, acostumbrado, gris.
Porque mirar de frente, reconocerte amargo, fastidiado e insípido, requiere
valentía. Después de semejante registro, no queda otra que hacer algo, que
hacerte cargo.
No hablo de hacer naufragar el barco para permitirte un nuevo comienzo. No hace
falta tanto.
No hablo de incendiar Troya y escapar llevándote el botín. No.
Es más simple y mucho más personal. El timón es tuyo y requiere de un
esfuerzo que no es sobrehumano. Es bien racional.
Es pensarte cada mañana y decidir.
Es alterar vínculos insulsos –cuando no letales-.
Es tomar por las astas el toro de tus costumbres frívolas, de tus reacciones
instintivas, de tus sentencias férreas, de tus roles asignados, de tus
pestilentes lecturas de la vida.
Nunca es tarde para virar, para torcer, para esquivar, para cruzar.
No importa qué o quiénes te quieran estático, recurrente, extinto. Si te
prefieren tenue, no te quieren. Si te atan a un modo de ser indolente, no te
sirven.
El vigor para emprender la mudanza está dentro tuyo, y solo depende de vos.
Claro que la familia da coraje. Claro que una pareja aliada en la batalla es un
enorme aliciente. Pero hay decisiones que son íntimas. Hay determinaciones que
deben enraizarse en una honda necesidad personal. Esa picazón que no te permite
posar para la foto, porque esa foto no es
la que querés para el álbum de tu vida.
Movéte. Rascáte. Que salga la cascarita. Que sangre. Que se abra la herida
y supure lo intolerable.
Después.
No tapes con curitas. No pongas vendajes vanos.
Curáte: miráte y cambiá.
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