Soy diminuto. Insignificante.
Torpe. Molesto. Despreciable.
Me equivoco y me
gritan.
Al principio yo
también gritaba, lloraba, tiraba. Ahora me quedo quieta. Desaparezco. Me escondo.
Mamá me quiere. Lo
sé. Papá también. Yo quiero upa. Quiero risas, cosquillas. Miradas.
Me acostumbré, en
cambio, a la Tablet, a la tele, a la niñera, a la abuela.
La abuela juega,
la niñera me hace upa, la tele y la Tablet me entretienen, entonces no recuerdo
que quiero mimos, cosquillas, miradas.
Cada tanto me
canso de desaparecer y exijo que me vean.
A veces tengo
fiebre.
A veces me hago
pis.
A veces muerdo a
un compañero.
A veces lloro,
grito y pataleo, como cuando era bebé.
Después, veo el
caos y prefiero hacerme pequeñito, minúsculo, dócil.
Obedezco para que
mamá no grite. Para que papá no se enoje. Para que me dejen solito, tranquilo
con mi Tablet.
A veces me la
sacan y me exigen que me ponga a jugar. Pero no sé por dónde arrancar.
Mi habitación
está llena de juguetes. Pero yo quiero llorar. En silencio, claro.
Me quedo
quietita, mirando mis muñecos, mis autitos, mis bloques.
A veces descabezo
una Barbie. A veces despedazo un camioncito. Luego lo escondo, porque ya sé lo
que se viene. A veces rayo una pared. No sé porqué. Pero me saca la bronca.
Mamá da portazos.
No me pega. Pero grita. La escucho decirle a papá en voz bajita que no me
aguanta.
Papá habla conmigo,
pero no entiendo lo que me pide. Le digo que sí. Y, por las dudas, me quedo
calladito. Chiquitito. Obediente.
No aprendo nada
nuevo porque nadie me enseña. En el colegio somos muchos y, también ahí,
prefiero pasar desapercibido.
Nos dicen que
hagamos caso. Nos dicen que abramos tal el libro. Que cerremos tal cuaderno.
Que pintemos de tal color. Que comamos ahora. Que vayamos al baño después.
Ya no salgo a
jugar al parque porque siempre me ensucio, y mamá se enoja. Me dan miedo los
bichos y me retan si pido ayuda cuando aparece una abeja. Tengo tobogán, hamaca
y calesita. Pero siempre estoy solo y con mis pantalones limpísimos.
Me retan porque
no me gusta la comida que me preparan. Es que llega ese plato con colores y
olores extraños y yo pienso en los conocidos fideítos con queso. Le pido a mamá
que me deje ayudarla a cocinar. Pero dice que la próxima, que está apurada.
Yo quisiera lavar
los platos, hacer el repulgue de las empanadas, limpiar los vidrios, barrer,
guardar las tazas. Pero parece que no sirvo para nada de eso. Entonces, hago lo
que puedo: me cruzo mientras ellos ordenan y trato de que me hagan upa, de que
me hagan un chiste, o -al menos- de que me reten.
Mi boletín puede
ser excelente o puede ser un desastre. Son las maneras que encontré para que,
por unas semanas, me premien o me presten atención.
Hago fútbol, voy a todos los cumples de mis
compañeros, vamos a todas las juntadas de amigos, cenamos afuera los fines de
semana, visitamos a la abuela y a los primos, miramos series y películas. Pero yo
quiero que me miren a los ojos. Yo quiero estar solo con mamá y papá. Quiero que
escuchen lo que hice en el cole. Quiero contarles cómo me sentí cuando mi amiguito
me empujó en el recreo. Quiero contarles la canción que nos está enseñando el
de música. Quiero que me ayuden a entender porqué me duele la panza antes de
entrar a un cumpleaños. Quiero decirles que si se sientan conmigo un rato,
después voy a dejarlos hacer sus cosas tranquilos. Que si me miran y nos
divertimos juntos, yo tengo energías para enfrentar cualquiera de las cosas
nuevas que me pasan cada día. Que sin ellos y sus palabras de aliento yo no sé
qué hacer. No sé si puedo. No sé cómo. Me convenzo de que no valgo, de que no
sirvo. Necesito su presencia –constante, firme, entera- para resolver mis
temores, para encauzar mi energía, para ser buena persona. No quiero aprender a
ser envidioso, a ser cruel, a estar enojado todo el tiempo. Tengo un mundo de
posibilidades que su acompañamiento direcciona. Mi futuro depende de tu amor de
hoy. De un amor de entrega. No quiero regalos, no quiero viajes, no quiero
ropa, no quiero paseos. Quiero jugar con vos. Estar con vos. Un abrazo. Una carcajada.
Que me mires –profunda y largamente- a los ojos. Nada más.
Hermoso lo que escribis, hermoso lo que haces. Al leer uno trata de entrar en sí por las acciones que uno toma. Pero si muy identificada.
ResponderBorrarQué Bueno! Contáme qué te psaó mientras leías, qué sentiste!
ResponderBorrarbesos