martes, 20 de noviembre de 2018

Un hombre y una mujer


Un hombre y una mujer. De experiencias. De vista atenta. De intuición. Recorriendo procesos.

Primero: flash. Desenfrenada pasión. Por los intereses. Por las miradas. Por las aperturas. No por la belleza. Eso también. Eso estaba.

Pasión por la sensación de excitarse desde el centro del cuerpo hasta lo más alto de la potencia humana. Eso se generaban. Porque se hacían reír. Porque se compartían sabidurías. Que el otro recordaba. Estudiaba. Expandía. Internalizaba. Eso era sentirse útil. O, mejor, valorado. Valioso.

Pero. Claro. Otras cuestiones. Tantas. Sin procesar. Sin siquiera saber de su existencia. Cuestiones descubiertas tarde. Pero imposibles de entender sin transitarlas.

Se oxidaron. Pero sin quedarse quietos –no hubiesen podido-. Se desentendieron. Se malinterpretaron. Se trataron mal. Se agotaron. Se desgarraron.

Dolor. Un dolor egoísta. Un dolor corto de vista. Porque, en realidad, era oportunidad de crecimiento. Todo duele en la vida. Todo lo importante duele. En algún punto. No todo el tiempo.

Ella, ansias. Decisiones como andamiaje de la autoestima. Errores. Era chiquita. Débil. Poco firme. Tenía todo por aprender. Era una esponja. Por dentro. Tenía que encontrarse. Que descubrirse. Le llevó tiempo. Le lleva tiempo.

Él, fogonazo. Resplandor. Inmenso. Exceso. Convencido. Profundo. Intenso. Revisable. Mejorable. Viento. Perenne. Fuego.

Tiempo. Largo. Veloz. Monótono y huracanado. Entre aquellos y estos: una palabra, tal vez dos.

Una rotura. La fisura. Interna. Personal. Llameante. Cada uno y su propia honestidad. Cada Quien y su valor para mirarse en la pared. Contra la pared de una celda de puertas abiertas. Pero concreta. Objetiva. Asfixiante a veces.

Un cable. Dos legos. Otra vez: Sus risas. Sus integridades. Sus sexos hinchándose. Sus cuerpos abriéndose, violentándose, empapándose (sudor, humedad, sus mares, sus salivas). Ella late y él se afirma. Ella gime, él la lame. Ella es lluvia. Es río. Es suya. Sus dedos. Esa mirada. Se escapa. No quiere mirarlo. Tal vez tenga miedo. Prefiere estar ajena. Lo intenta.

Y, cuando regresa, –porque él la busca, le exige, la enfrenta-, se mira en esa boca. Le explica todo cada caricia. El instante es la respuesta. Entonces se calma. Se excita. Se deja. Él sabe. Él pide. Él marca el camino. Es amable. Suave. Es leve. Es intenso. Es deseo. Él se instala. Con calma. Por un rato. Largo. Eterno. De placer para los dos. Hay momento. Hay presente. Él es la constante búsqueda del Carpe diem.

Él aprovecha el día. Y –de a poco- ella aprende. Lo necesita para eso –no sé si es tan cierto-. Él la interpela. Y a ella le encanta investigar.
Una pregunta. Suelta. Fantaseada. Negada. Súbita. La alegría por saber que esa duda existe. La honesta respuesta. El escape. O la confianza en los procesos. Ese era el aprendizaje que esto traía. No iban a vivirlo de otro modo. Esto era tránsito. Era presente. Era la vida

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