Un hombre y una mujer. De
experiencias. De vista atenta. De intuición. Recorriendo procesos.
Primero: flash. Desenfrenada pasión.
Por los intereses. Por las miradas. Por las aperturas. No por la belleza. Eso
también. Eso estaba.
Pasión por la sensación de excitarse
desde el centro del cuerpo hasta lo más alto de la potencia humana. Eso se
generaban. Porque se hacían reír. Porque se compartían sabidurías. Que el otro
recordaba. Estudiaba. Expandía. Internalizaba. Eso era sentirse útil. O, mejor,
valorado. Valioso.
Pero. Claro. Otras cuestiones. Tantas.
Sin procesar. Sin siquiera saber de su existencia. Cuestiones descubiertas
tarde. Pero imposibles de entender sin transitarlas.
Se oxidaron. Pero sin quedarse quietos
–no hubiesen podido-. Se desentendieron. Se malinterpretaron. Se trataron mal.
Se agotaron. Se desgarraron.
Dolor. Un dolor egoísta. Un dolor
corto de vista. Porque, en realidad, era oportunidad de crecimiento. Todo duele
en la vida. Todo lo importante duele. En algún punto. No todo el tiempo.
Ella, ansias. Decisiones como
andamiaje de la autoestima. Errores. Era chiquita. Débil. Poco firme. Tenía
todo por aprender. Era una esponja. Por dentro. Tenía que encontrarse. Que
descubrirse. Le llevó tiempo. Le lleva tiempo.
Él, fogonazo. Resplandor. Inmenso.
Exceso. Convencido. Profundo. Intenso. Revisable. Mejorable. Viento. Perenne.
Fuego.
Tiempo. Largo. Veloz. Monótono y
huracanado. Entre aquellos y estos: una palabra, tal vez dos.
Una rotura. La fisura. Interna.
Personal. Llameante. Cada uno y su propia honestidad. Cada Quien y su valor
para mirarse en la pared. Contra la pared de una celda de puertas abiertas. Pero
concreta. Objetiva. Asfixiante a veces.
Un cable. Dos legos. Otra vez: Sus
risas. Sus integridades. Sus sexos hinchándose. Sus cuerpos abriéndose,
violentándose, empapándose (sudor, humedad, sus mares, sus salivas). Ella late
y él se afirma. Ella gime, él la lame. Ella es lluvia. Es río. Es suya. Sus dedos.
Esa mirada. Se escapa. No quiere mirarlo. Tal vez tenga miedo. Prefiere estar ajena.
Lo intenta.
Y, cuando regresa, –porque él la
busca, le exige, la enfrenta-, se mira en esa boca. Le explica todo cada
caricia. El instante es la respuesta. Entonces se calma. Se excita. Se deja. Él
sabe. Él pide. Él marca el camino. Es amable. Suave. Es leve. Es intenso. Es deseo.
Él se instala. Con calma. Por un rato. Largo. Eterno. De placer para los dos. Hay
momento. Hay presente. Él es la constante búsqueda del Carpe diem.
Él aprovecha el día. Y –de a poco- ella
aprende. Lo necesita para eso –no sé si es tan cierto-. Él la interpela. Y a
ella le encanta investigar.
Una pregunta. Suelta. Fantaseada.
Negada. Súbita. La alegría por saber que esa duda existe. La honesta respuesta.
El escape. O la confianza en los procesos. Ese era el aprendizaje que esto
traía. No iban a vivirlo de otro modo. Esto era tránsito. Era presente. Era la
vida
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