lunes, 5 de noviembre de 2018

Lo necesito, y qué?


Lo había recuperado hacía un tiempo.

Breve.

El reencuentro había sido estallido.

Se dio cuenta de que lo había extrañado.

Sin saberlo. Sin pensarlo.

Los días convertidos en años.

Esa ausencia inexpresable.

Casi inexistente. Acallada.

Perdida. Reprimida.

Paciencia penitente.

Penitencia paciente.

Pero, decía.

Lo había recuperado.

El reencuentro, el estallido.

El reconocimiento.

La anagnórisis.

Destaparse los ojos.

Reconocer la necesidad.

La auténtica conexión.

Reconocerse necesitado.

Aceptarse frágil.

Admitir la muleta.

¿Por qué no?

¿Por qué debería avergonzarse?

¿Por qué no dejarse ayudar?

Era innoble.

No era sucio

-aunque así lo entiendan-.

No era trágico.

No era un síntoma.

O sí.

De quien ya sabe.

Y no quiere desesperar.

De nuevo.

Entonces prueba.

De nuevo.

Y le encanta.

Con bajón incluido.

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