domingo, 18 de marzo de 2018

Por qué los adultos me odian? Capítulo 9: Howard y Dominique


Capítulo 9:
Howard y Dominique[1]



[1] Personajes de la novela El manantial de la escritora Ayn Rand, fundadora del Objetivismo.
Hay un plan. Uno nuevo. Uno más grande. Uno enorme. No sé muy bien qué pensar. No sé qué es lo que está bien. Porque en estos años de escuela secundaria he perdido la noción de lo que está bien y lo que está mal. Desde hace rato que se respira el malestar. Los de sexto tienen una idea. Quieren que la mentira se termine. Que surja la verdad. Que se desnuden los miserables. Hay panfletos. Sí. Panfletos en papel. Nada virtual, nada digital. La Digitalización de la educación no ha sido un modo de acercar la escuela a los alumnos, si no el modo de alejarnos definitivamente. Podemos bajar programas y tareas en el celular a través de la Plataforma digital que nos han impuesto. Nunca entendieron que cuando usamos el celular es para escaparnos de todos ellos. Simple: esta tarde nos juntamos en la plaza Buján para escuchar a los valientes, a los que se animan a pensar en algo tan claro como el agujero en la pared, pero mucho más radical. Tal vez ya no sea época de radicalidades. O tal vez hagan falta de nuevo. Algunas. A veces. Cuando las otras vías de comunicación no han dado sus frutos. A lo largo de estos años en la escuela secundaria (en la primaria no, quizás porque no nos dábamos cuenta; quizás porque la simple elección que nuestros padres habían hecho era suficiente para soportar) hemos visto pasar al menos cuatro figuras de poder. Todas distintas. Hubo desde destrucción de figuras queridas, hasta pedófilos. Para todos los gustos. Mamá dice que hay un maléfico plan de vaciamiento intelectual, moral y ético. Y cuando se junta con otras mamás -que también han sido alumnas del colegio- pasan la primera hora hablando de lo espantosa que es la escuela hoy; la segunda, recordando sus felices años con  docentes ejemplares y comunidad fraterna, y, durante la tercera, fantasean el mismo plan que en este preciso momento escucho de la boca de Peli (el más bardo, el más frontal, el más poeta, el más limado de todo sexto año).
Para Peli estar en la escuela no ha sido tarea sencilla. Es hijo de una docente que ¿un día? decidió irse. Laura es amiga de Atenea. Fueron compañeras de colegio. Ambas, ex alumnas del nuestro. No me queda claro si esto de compartir espacios fue más duro para la madre o para el hijo. Presiento que para los dos. Calculo que Laura dio un paso al costado porque era el único modo de no matar a alguien en sala de docentes. Se rumorea que un día entró y escuchó lo que un profesor decía sobre su hijo. No tengo registro específico de ese dato. Aparentemente, la madre/docente se tiró encima del de Computación. Hubo que arrancárselo de sus uñas, aunque las garras las había clavado el otro. Al día siguiente, Laura presentó su renuncia. A Peli no lo sacó porque él no quería perder a sus amigos. Un par de adultos pelotudos no iban a borrarle casi 15 años de historia con sus compañeros.
Entonces.
Peli.
Su voz contundente.
Su pelo alborotado.
Su barba desprolija.
Sus manos sucias.
Su mirada profunda.
Sus palabras certeras.
 “Chicos, ustedes saben porqué están acá. No se los tengo que decir yo. Todos queremos lo mismo. Porque todos vemos lo mismo. Esto no da para más. Se llenan la boca diciendo que trabajan para nosotros. Que piensan en nosotros. Pero, en realidad, lo único que hacen es perjudicarnos. No piensan en nosotros. A muy pocos les preocupa lo que nos pasa. No nos acompañan. ¿Cómo puede ser que haya materias con 25 pibes desaprobados? ¿Somos todos vagos? ¿Somos todos bobos? ¿No se dan cuenta de que son ellos los que fallan? ¿No se dan cuenta de que la Escuela ya no sirve así como está planteada?”
Peli habla y, a los 60 que lo escuchamos, nos hierve la sangre. Parece un político avezado controlando a sus partidarios. Nos calma. Nos estimula. A veces nos deja hablar a nosotros. Natu me subió en sus hombros para ver mejor. Nuestro paladín continúa:
“Locos, esto no es para hacer quilombo porque sí. Y lo mejor de todo es que nosotros no tenemos ningún tipo de interés concreto. Lo único que estamos diciendo es que nos están estafando. Nos están cagando. Nuestros viejos eligieron esta escuela para nosotros porque les vendieron un proyecto. Un proyecto que los que dirigen están destruyendo: a fuerza de pisotearlo, escupirlo, bastardearlo. Yo no digo que nuestra escuela no pueda transformarse en otra cosa. Son libres de terminar la metamorfosis –para que en vez de mariposa salga del capullo el gusano- pero que se hagan cargo. Que lo digan claramente. Que dejen de vendernos que les importamos. Que el proyecto es la fraternidad y la empatía con el mundo circundante. Digan la verdad. Que lo único que buscan es que los números les cierren en positivo. Que para la Orden somos un modo de obtener guita. Que quieren a otro tipo de público formando parte de su comunidad: padres que se creen la mentira de la digitalización y la excelencia. La excelencia es la de los corazones plenos. La excelencia llega a través de la empatía y la aceptación. Proyectando modos para que los pibes no abandonemos las esperanzas después de la primera clase, porque el profesor es un frío que nos trata para el orto. Y acá ya estamos hablando de otra cuestión. Amigos, repito:  nos están estafando. Aunque me vean cachivache, despeinado, barbudo y rockero, yo sé muy bien lo que nos merecemos: la Ley nos garantiza docentes que se preocupen por nuestro recorrido escolar, por nuestra trayectoria en la escuela. Y acá no están cumpliendo con ese derecho. Hipotecan nuestro futuro a fuerza de profesores sin vocación. Que nos descalifican. Exijamos lo que es nuestro.”
Vitoreo impresionante. Yo, no paro de gritar. De sentirme acompañada. Es una suerte de Paraíso el que se vive rodeada de gente que necesita y pide lo mismo que uno. Peli me mira. Tal vez se dio cuenta de que estoy casi en éxtasis producto del impacto de sus palabras –tal vez también de su voz, de su cabello, de sus ojos, de sus labios-. Sostiene su mirada en mis ojos. Y yo creo que estoy soñando.
Los panfletos se propagan. Es la primera vez que sexto año hace algo más que organizar su viaje de egresados. Esta vez, los pibes de los dos sextos se ocupan de hacer circular la propuesta que sostiene el vocero:
“Proponemos, exigimos, y si no nos escuchan: tomamos lo que es nuestro.”
Peli sigue mirándome. Natu me baja de sus hombros porque entendió algo que yo todavía no. Sigo en trance, lo miro a los ojos y me pierdo en su negrura. Sí. Se acerca. El público se abre para que mi adalid se mueva con libertad. Se detiene frente a mí, me toma de la mano y me lleva al centro de la escena. Me mira y dice: “Vos, Numina (¡sabe mi nombre!) ¿qué pensás de todo esto? Hablá como representante de los pibes de cuarto. Ustedes que hicieron el bardo del agujero, deben tener alguna idea sobre lo que está pasando en la escuela. Hablá, plasmáte. Estamos acá para escucharlos a todos. Nadie tiene la verdad. Nadie tiene la fórmula mágica. Pero ni siquiera nos dejan tener un Centro de Estudiantes que funcione como es debido, que se llame como debe llamarse, que tenga Delegados elegidos con seriedad, y que los adultos que intervengan sean respetados por los alumnos. Por todo esto, Numina, ayudanos a completar la descripción. Contános qué sienten vos y tus compañeros.”
Nunca me había sentido tan segura. Tan confiada. Cualquiera pensaría que en este instante estoy inmovilizada por la vergüenza, aterrorizada por la exposición. No. Ni siquiera la cercanía con la que me habla Peli –con quien pocas veces había cruzado algún mate en Pastoral- me pone nerviosa. Me ato el pelo porque siento que necesito mostrar mis gestos. Necesito que vean la sinceridad con la que digo lo que digo. La entrega con la que me involucro en el tema. Porque de este tema depende mi día a día. Depende mi manera de ver el mundo. Depende mi fuerza de voluntad para aceptar con tibieza lo que la sociedad me presente. No quiero eso para mí. Por eso, me ato el pelo, los miro a los ojos (a todos los que puedo) y les digo que tenemos que movernos:
“Tenemos que cambiar, cambiarnos, cambiarlos. Tenemos que mutar, evolucionar, avanzar. Las tradiciones son aburridas, peligrosas, confortables y profundamente frustrantes. La educación tradicional nos está arruinando. Está caduca. No es novedad, -ninguna novedad-, que se aprende con el cuerpo, con la emoción, con la experiencia, cuando lo que se aprende resulta significativo. Tengo 16 años y sé eso. Que aprendo cuando algo me mueve. No porque me interese, sino porque algo de lo que lo rodea me resultó atractivo. El vínculo entre el que aprende y lo que aprende se da a través del deseo.  Se aprende porque se espera alcanzar algún tipo de gozo. Tenemos que desear estar en la Escuela. Tenemos que desear saber lo que los profesores quieren enseñarnos. Pero, para eso, los profesores deben desear estar aquí. Estar en la escuela debe hacerlos gozar. Lo cual no puede lograrse en un lugar donde los tratan mal. De eso también nos damos cuenta. De que los profesores la están pasando mal. Aunque no dicen nada.”

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