Capítulo 9:
Howard y Dominique[1]
Hay un plan. Uno nuevo. Uno más grande. Uno
enorme. No sé muy bien qué pensar. No sé qué es lo que está bien. Porque en
estos años de escuela secundaria he perdido la noción de lo que está bien y lo
que está mal. Desde hace rato que se respira el malestar. Los de sexto tienen
una idea. Quieren que la mentira se termine. Que surja la verdad. Que se
desnuden los miserables. Hay panfletos. Sí. Panfletos en papel. Nada virtual,
nada digital. La Digitalización de la educación no ha sido un modo de acercar
la escuela a los alumnos, si no el modo de alejarnos definitivamente. Podemos bajar
programas y tareas en el celular a través de la Plataforma digital que nos han
impuesto. Nunca entendieron que cuando usamos el celular es para escaparnos de
todos ellos. Simple: esta tarde nos juntamos en la plaza Buján para escuchar a
los valientes, a los que se animan a pensar en algo tan claro como el agujero
en la pared, pero mucho más radical. Tal vez ya no sea época de radicalidades. O
tal vez hagan falta de nuevo. Algunas. A veces. Cuando las otras vías de
comunicación no han dado sus frutos. A lo largo de estos años en la escuela
secundaria (en la primaria no, quizás porque no nos dábamos cuenta; quizás
porque la simple elección que nuestros padres habían hecho era suficiente para
soportar) hemos visto pasar al menos cuatro figuras de poder. Todas distintas. Hubo
desde destrucción de figuras queridas, hasta pedófilos. Para todos los gustos.
Mamá dice que hay un maléfico plan de vaciamiento intelectual, moral y ético. Y
cuando se junta con otras mamás -que también han sido alumnas del colegio-
pasan la primera hora hablando de lo espantosa que es la escuela hoy; la
segunda, recordando sus felices años con
docentes ejemplares y comunidad fraterna, y, durante la tercera,
fantasean el mismo plan que en este preciso momento escucho de la boca de Peli
(el más bardo, el más frontal, el más poeta, el más limado de todo sexto año).
Para Peli estar en la escuela no ha sido
tarea sencilla. Es hijo de una docente que ¿un día? decidió irse. Laura es
amiga de Atenea. Fueron compañeras de colegio. Ambas, ex alumnas del nuestro.
No me queda claro si esto de compartir espacios fue más duro para la madre o
para el hijo. Presiento que para los dos. Calculo que Laura dio un paso al
costado porque era el único modo de no matar a alguien en sala de docentes. Se
rumorea que un día entró y escuchó lo que un profesor decía sobre su hijo. No
tengo registro específico de ese dato. Aparentemente, la madre/docente se tiró
encima del de Computación. Hubo que arrancárselo de sus uñas, aunque las garras
las había clavado el otro. Al día siguiente, Laura presentó su renuncia. A Peli
no lo sacó porque él no quería perder a sus amigos. Un par de adultos pelotudos
no iban a borrarle casi 15 años de historia con sus compañeros.
Entonces.
Peli.
Su voz contundente.
Su pelo alborotado.
Su barba desprolija.
Sus manos sucias.
Su mirada profunda.
Sus palabras certeras.
“Chicos,
ustedes saben porqué están acá. No se los tengo que decir yo. Todos queremos lo
mismo. Porque todos vemos lo mismo. Esto no da para más. Se llenan la boca
diciendo que trabajan para nosotros. Que piensan en nosotros. Pero, en realidad,
lo único que hacen es perjudicarnos. No piensan en nosotros. A muy pocos les
preocupa lo que nos pasa. No nos acompañan. ¿Cómo puede ser que haya materias
con 25 pibes desaprobados? ¿Somos todos vagos? ¿Somos todos bobos? ¿No se dan
cuenta de que son ellos los que fallan? ¿No se dan cuenta de que la Escuela ya
no sirve así como está planteada?”
Peli habla y, a los 60 que lo escuchamos, nos
hierve la sangre. Parece un político avezado controlando a sus partidarios. Nos
calma. Nos estimula. A veces nos deja hablar a nosotros. Natu me subió en sus
hombros para ver mejor. Nuestro paladín continúa:
“Locos, esto no es para hacer quilombo porque
sí. Y lo mejor de todo es que nosotros no tenemos ningún tipo de interés
concreto. Lo único que estamos diciendo es que nos están estafando. Nos están
cagando. Nuestros viejos eligieron esta escuela para nosotros porque les
vendieron un proyecto. Un proyecto que los que dirigen están destruyendo: a
fuerza de pisotearlo, escupirlo, bastardearlo. Yo no digo que nuestra escuela
no pueda transformarse en otra cosa. Son libres de terminar la metamorfosis
–para que en vez de mariposa salga del capullo el gusano- pero que se hagan
cargo. Que lo digan claramente. Que dejen de vendernos que les importamos. Que
el proyecto es la fraternidad y la empatía con el mundo circundante. Digan la
verdad. Que lo único que buscan es que los números les cierren en positivo. Que
para la Orden somos un modo de obtener guita. Que quieren a otro tipo de público
formando parte de su comunidad: padres que se creen la mentira de la
digitalización y la excelencia. La excelencia es la de los corazones plenos. La
excelencia llega a través de la empatía y la aceptación. Proyectando modos para
que los pibes no abandonemos las esperanzas después de la primera clase, porque
el profesor es un frío que nos trata para el orto. Y acá ya estamos hablando de
otra cuestión. Amigos, repito: nos están
estafando. Aunque me vean cachivache, despeinado, barbudo y rockero, yo sé muy
bien lo que nos merecemos: la Ley nos garantiza docentes que se preocupen por
nuestro recorrido escolar, por nuestra trayectoria en la escuela. Y acá no
están cumpliendo con ese derecho. Hipotecan nuestro futuro a fuerza de
profesores sin vocación. Que nos descalifican. Exijamos lo que es nuestro.”
Vitoreo impresionante. Yo, no paro de gritar.
De sentirme acompañada. Es una suerte de Paraíso el que se vive rodeada de
gente que necesita y pide lo mismo que uno. Peli me mira. Tal vez se dio cuenta
de que estoy casi en éxtasis producto del impacto de sus palabras –tal vez
también de su voz, de su cabello, de sus ojos, de sus labios-. Sostiene su
mirada en mis ojos. Y yo creo que estoy soñando.
Los panfletos se propagan. Es la primera vez
que sexto año hace algo más que organizar su viaje de egresados. Esta vez, los
pibes de los dos sextos se ocupan de hacer circular la propuesta que sostiene
el vocero:
“Proponemos, exigimos, y si no nos escuchan:
tomamos lo que es nuestro.”
Peli sigue mirándome. Natu me baja de sus
hombros porque entendió algo que yo todavía no. Sigo en trance, lo miro a los
ojos y me pierdo en su negrura. Sí. Se acerca. El público se abre para que mi
adalid se mueva con libertad. Se detiene frente a mí, me toma de la mano y me
lleva al centro de la escena. Me mira y dice: “Vos, Numina (¡sabe mi nombre!) ¿qué
pensás de todo esto? Hablá como representante de los pibes de cuarto. Ustedes que
hicieron el bardo del agujero, deben tener alguna idea sobre lo que está
pasando en la escuela. Hablá, plasmáte. Estamos acá para escucharlos a todos. Nadie
tiene la verdad. Nadie tiene la fórmula mágica. Pero ni siquiera nos dejan
tener un Centro de Estudiantes que funcione como es debido, que se llame como
debe llamarse, que tenga Delegados elegidos con seriedad, y que los adultos que
intervengan sean respetados por los alumnos. Por todo esto, Numina, ayudanos a
completar la descripción. Contános qué sienten vos y tus compañeros.”
Nunca me había sentido tan segura. Tan
confiada. Cualquiera pensaría que en este instante estoy inmovilizada por la vergüenza,
aterrorizada por la exposición. No. Ni siquiera la cercanía con la que me habla
Peli –con quien pocas veces había cruzado algún mate en Pastoral- me pone
nerviosa. Me ato el pelo porque siento que necesito mostrar mis gestos.
Necesito que vean la sinceridad con la que digo lo que digo. La entrega con la
que me involucro en el tema. Porque de este tema depende mi día a día. Depende
mi manera de ver el mundo. Depende mi fuerza de voluntad para aceptar con
tibieza lo que la sociedad me presente. No quiero eso para mí. Por eso, me ato
el pelo, los miro a los ojos (a todos los que puedo) y les digo que tenemos que
movernos:
“Tenemos que cambiar, cambiarnos, cambiarlos.
Tenemos que mutar, evolucionar, avanzar. Las tradiciones son aburridas,
peligrosas, confortables y profundamente frustrantes. La educación tradicional
nos está arruinando. Está caduca. No es novedad, -ninguna novedad-, que se
aprende con el cuerpo, con la emoción, con la experiencia, cuando lo que se
aprende resulta significativo. Tengo 16 años y sé eso. Que aprendo cuando algo
me mueve. No porque me interese, sino porque algo de lo que lo rodea me resultó
atractivo. El vínculo entre el que aprende y lo que aprende se da a través del
deseo. Se aprende porque se espera
alcanzar algún tipo de gozo. Tenemos que desear estar en la Escuela. Tenemos que
desear saber lo que los profesores quieren enseñarnos. Pero, para eso, los
profesores deben desear estar aquí. Estar en la escuela debe hacerlos gozar. Lo
cual no puede lograrse en un lugar donde los tratan mal. De eso también nos
damos cuenta. De que los profesores la están pasando mal. Aunque no dicen nada.”
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