Capítulo
12: Piaculum
(Chivo expiatorio)
Finalmente. Me animé. Me
animó. Tengo 16 años. Un padre ausente. Una madre llena de prejuicios. Hermanos
mayores lejanos o burlones. Ya lo dije. Lo sé. A veces decir, hablar, repetir,
sana. O suaviza. Porque callar calma a los demás, que no se enteran de lo que
sentimos. Pero lo que nos pasa sigue adentro. La angustia se abre paso en el
alma, tiñiendo de azul –o de negro- todo lo que toca. Lo cierto es que hace ya
cinco meses que estoy de novia con él. Con mi valiente, firme, inteligente,
bellísimo, seductor, cálido y certero Peli. Tuvimos un intento fallido. Del que
salí llena de culpa, de preguntas. En ese momento mi novio no era el mejor
interlocutor. Recurrí a Natu. Quien me pasó en blanco la sensación que
probablemente había tenido mi fervoroso más que amigo: frustración. Peli quería
ponerla. Así de simple. Y yo le daba alas para luego cortárselas. No era justo
para un cuerpo masculino. Tenía que ser clara con él. Como él lo había sido
conmigo después de mi radical corte de mambo. Esa era la opinión de Natu.
Auténticamente no necesité muchos consejos más. Me acerqué a Atenea –porque
ella es mi referente femenino. Con quien me atrevo a hablar de cuestiones de
las que mi madre se horrorizaría. Claro que me encantaría charlarlo en casa con
ella. Sin embargo.
Ya salí de la ginecóloga
(no me atrevía a ir a uno varón) y también de la farmacia. Ya tengo mis
anticonceptivos. Según mi doctora, “los que tienen más baja incidencia
hormonal”. Ya estoy lista para tener sexo con Peli. Para que hagamos el amor. Aunque
eso ya lo estamos haciendo hace rato. También vamos a usar forro. Pero yo quiero
estar tranquila. Bien tranquila. Segura. Y quiero mantenerme adolescente un
tiempo más.
Hoy es el primer encuentro
del Centro de Estudiantes con el Concejo Directivo antes de que las cosas en la
escuela vuelvan a la normalidad. El viernes fue el día que el Director apareció
en el cole. Habló con Peli y con su papá. El planteo fue que él estaba
dispuesto, no solamente a dialogar, sino también –y especialmente- a darnos lo
que pedimos. Dijo que su prioridad era que el colegio volviera a su cauce habitual
(no, no habló ni de la importancia de escuchar a los alumnos, ni de lo valioso
de los vínculos entre las partes de la comunidad educativa, ni de muchas otras
cuestiones: no se le pueden pedir peras al olmo) y que a costa de lograr
aquello, haría los cambios que fueran necesarios.
De modo que aquí estamos:
Peli, Esteban, Pedro, Mar y yo como representantes de los alumnos.
Acompañándonos: Atenea y la maestra de primaria. Un grupo de cinco padres y
quince exalumnos. A Esteban lo aleccionamos bien. Que no diga barbaridades
(verdades), que no tenga exabruptos. Esa fue la condición para estar presente.
El secretario nos indica que pasemos a la oficina del Director. Atenea se para
delante del grupo y le dice: -No Lisandro. Decíles que vamos a reunirnos en el
salón de Música. Hace falta un lugar neutral.
Pone mala cara –o la de
siempre- y se va. Al rato salen ellos: Director y vice de Secundaria. Nadie
más. Nadie representando a Primaria. Nadie portando la voz de Pastoral. Nadie
de la Orden. Parece que no fue lo suficientemente grave la cuestión de la toma
del colegio como para enviar a algún representante. El Director pide que no
entren nada más que los alumnos y los docentes. Padres y exalumnos deben
esperar afuera. Una para nosotros, una para ellos. Atenea lo permite. Nos
sentamos en ronda porque así habíamos dejado las sillas durante la toma.
Comienza él. “Jóvenes, ¿ustedes tienen claro que lo que hicieron es gravísimo?
¿Que nosotros decidimos no hacer una denuncia penal? ¿Que lo de ustedes fue
usurpación?”
Nos hierve la sangre.
Esteban está a punto de levantarse de la silla. Tal vez tenga deseos de
apretarle el cuello. Pero no lo hace. Porque –¿afortunadamente?- Atenea decide
convertirse en mediadora: -Alberto, me parece que sería bueno que habláramos
sin agresiones. ¿Por qué no intenta reformular la idea que quiere transmitirle
a los chicos? - . Silencio. Alberto mira fijamente a Atenea. La mira con rabia.
A él también le hierve la sangre. Él, como Esteban, también desearía levantarse
de la silla y apretarle el cuello –no a nosotros, sino a Atenea-. Pero no lo
hace y escupe: -¡Vos! ¡Vos tenés el tupé de exigir algo! ¿Quién te creés que
sos? Lo único que hacés es embarrar la cancha. ¡Siempre del lado de los
pendejos vos!- Nadie esperaba el exabrupto de semejante espécimen de sangre
fría. Es la primera vez que lo vemos en este estado–aunque los que trabajan muy
cerca suyo afirman que su carácter natural es el de una mujer antes de su
período menstrual, así, misógina como suena la frase-. Los presentes miramos
con expectación a la profesora, pero Atenea no habla. Lo deja seguir. Su
silencio parece aumentar la hinchazón del Director: -¡Si no fuera por vos, nada
de esto hubiera pasado! Vos sos la culpable de que estos pibes se crean con
derecho a hacer exigencias. ¿Por qué carajo no te mantuviste armando concursos
de poesía o talleres de teatro? ¿No entendés que la escuela ya no es más la de
tu infancia? Es más, a nadie le importa cómo era la escuela antes. Eso se
terminó. ¡Entérense! - Por primera vez corre su mirada inyectada en sangre de
Atenea, para percatarse de nuestra presencia. –Acá mando yo. Los números cierran,
así que está todo en orden.- En Orden. Exactamente. Precisamente.
Calla. Solo se escucha su
respiración agitada y entrecortada. La vicedirectora mira al piso. No sé si siente
vergüenza, miedo o está pensando en otra cosa. La maestra de primaria está
parada detrás de Esteban. Lo toma de los hombros, calculo que evitando que se
levante y aúlle su opinión. Pedro y Mar miran alternadamente a Atenea y al
pequeño dictador (¿mencioné antes que Alberto es de estatura baja? Así, como lo
han sido los mayores dictadores de la historia universal: autoestima y altura
baja: se compensan con Poder). Peli es el único que ha cambiado su posición
inicial. Se ha parado entre el Director y la docente acusada. Su cuerpo se
ubica a modo de escudo, alerta para activarse en cualquier momento.
En medio de los segundos de
silencio armado –los instantes posteriores a un bombardeo infructuoso- Atenea
se pone de pie. Se acerca a Peli, lo toma de la cintura con un brazo, mientras
con el otro le hace una caricia en el pecho. Lo calma. Peli la mira a los ojos.
Sus rostros se conectan unos segundos. El rictus de él se relaja. Se sientan.
Alberto se muerde los labios. Se nota que quiere seguir su ataque. Pero sabe
que ya ha ido muy lejos. Sabe que no es capaz de callar su rabia cuando esa
profesora está presente. Es entonces la ausente vicedirectora quien toma la
palabra: -Bueno, eh, ¿qué tal si firmamos un acta en la cual nos ponemos de
acuerdo respecto de cómo sigue la cosa?
Pedro, Esteban y Mar
estallan en carcajada. No creo que haya sido la intención de Liliana, pero fue
el resultado. Sin embargo, el efecto cómico dura poco. Alberto vuelve a tomar
la palabra. -Acá no hay nada sobre qué ponerse de acuerdo (¿habrán planificado
algo antes de encontrarse con nosotros, estos dos?). Si vamos a firmar algo,
que sean las disculpas de Atenea por lo que ha hecho ella junto con este grupo
de alumnos. ¡Y su renuncia! - Evidentemente, la cosa es personal. Ella esboza
una sonrisa como quien disfruta de un triunfo. –Usted sabe muy bien que eso no
es una posibilidad. Por lo menos no ahora. No desvíe los temas. Resolvamos lo
que piden los chicos. Lo que hace falta para que en la escuela ocurra lo que
tiene que ocurrir. Que se respete y se trate a los alumnos como se merecen. Que
en la vida escolar los protagonistas sean ellos. Después, si hace falta que me
vaya, me iré. Con tristeza, claro. Pero tranquila.
-No- Responde el Director.
Yo con vos no quiero resolver nada. Sos un monstruo. No respetás las jerarquías.
Creés que podés decir lo que pensás más allá del contexto. Acá sos una simple
profesora. No podés ni ir al baño sin pedir permiso. Si querés dar vuelta los
bancos me tenés que consultar a mí. Si querés leer a Shakespeare o a Cortázar
lo tenés que consultar conmigo. ¿Entendés? Así que, si querés que este grupo de
insolentes pueda retomar las clases, en vez de salir a la puerta del colegio
con el pase en la mano, vas a tener que renunciar. ¿Te queda claro?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario