Capítulo
11: Artivismo
Hace tres noches que dormimos en la escuela.
Bueno, dormir es una manera de decir. Entramos el lunes. Bien temprano. Y a la
hora de salida, nadie se fue. En realidad salieron los profesores que no estaban
al tanto, los pibes a los que no les importa, los directivos -que no se dieron
cuenta de nada-. Pero cuando a las 12:15 quisieron ingresar maestras y alumnos
de primaria, en ese momento fue cuando cerramos las puertas –lo más
pacíficamente que pudimos- para quedarnos dentro del colegio, exigiendo lo que
nos merecemos. El primer día, los padres de primaria entraron en pánico. Pero al
día siguiente –ya informados de nuestros requerimientos por otros padres-, pidieron
permiso para entrar junto con sus hijos. Hoy somos más de 400 personas las que
pasamos las mañanas, las tardes y, -muchas menos, claro- las noches dentro de
la escuela.
Peli es quien lidera, junto con su padre y
Mar, su mejor amigo. Él nunca se había involucrado en nada, hasta el día en que
su hermano –Pepo- fue “invitado” a cambiarse del colegio porque sus capacidades
no eran acordes con las exigencias del mismo. De pronto, todos conocimos a un
nuevo Mar. Hoy es quien determina quién entra y quién sale del colegio, a la
vez que organiza las actividades que se realizan dentro de la Institución.
Porque acá dentro la cosa sigue, y sigue siendo educativa –incluso más que
antes-. Las pocas maestras de primaria que se han atrevido a sumarse a la
movida (esas que no tienen miedo, esas que no pueden darle la espalda a sus
convicciones) reciben la ayuda de alumnos de diferentes cursos de secundaria
para seguir dando clases a los alumnos de primaria. Porque si bien la escuela
está tomada, las clases siguen dictándose. De un modo diferente, tal vez
bizarro, pero bien real. Porque los chiquitos de primaria están disfrutando
muchísimo con estos nuevos métodos de enseñanza. Y no tienen miedo. La escuela
tomada no es algo que temer. La escuela tomada es lo que debe ser.
Cuando la escuela estaba tomada por una
administración/dirección indiferente, sádica, narcisista y perversa, todos los
alumnos percibían en carne propia las consecuencias. Es por eso que la entrega
y el compromiso de ex docentes, ex alumnos, padres, docentes, personal de
maestranza y hasta personal administrativo, hacen posible que la actividad
educativa siga su curso –de manera inédita- mientras la queja se hace oír. Hoy,
es la comunidad educativa en su totalidad la que levanta la voz. El hoyo en la
pared ha cobrado dimensiones impensadas, y esa boca abierta aúlla –junto con
otras tantas que piensan lo mismo- que LA COSA ASÍ NO VA MÁS.
Estoy en la cocina de Sala de Maestros
preparando la merienda para toda la comunidad (mate cocido y pan casero) con la
ayuda de la señora del kiosco, -quien ha decidido resignar por un tiempo sus
ingresos y hacer su toma de posición-. Mar y una maestra de primaria dan clases
de Matemática, en el salón más grande del colegio, a un grupo de edades
disímiles. En otros salones también pasan cosas. La profe de Arte –que renunció
hace unos años- habla sobre Realismo social ante un público conformado por
padres, adolescentes, otros docentes, y los más grandes de primaria. Hay papeles,
acrílicos, lápices, pinceles en un rincón del aula. Signo de que la clase se va
a poner aún más interesante. La tempranamente jubilada –hay caminos que son
saltos producto de las presiones directivas- profe de Literatura dicta su
taller de Teatro junto con nuestra Atenea. Preparan una obra que escriben colectivamente
con los asistentes, a la vez que refuerzan cuestiones de autoestima. En el salón
consecutivo, Esteban y Pedro –encabezados por el joven y rockero ex profe de
Música de la institución- escriben letra y música de la obra de teatro. Nuestro
famoso exprofesor (y van…) Guille aprovecha este tiempo en su querida
escuela para dictar un veloz curso de ingreso a la universidad. Acá adentro no
se pierde el tiempo. Pero parece que afuera sí.
Peli entra y nos pregunta
si tenemos suficientes provisiones para la merienda. Oli le responde que sí.
Que no se preocupe que ella se ocupa de esas cuestiones. Suena prepotente, pero
tiene buenas intenciones. Él y yo lo sabemos. Me mira de reojo, sonreímos. Me
dice: -Numina, necesito charlar con vos unas cuestiones sobre la obra de
teatro. Las profes Atenea y Eda están dispuestas a tener todo listo para el
lunes o el martes. Quiero saber tu opinión.
Salimos. En el trayecto
hacia el salón de Pastoral –donde funciona “la oficina de la Resistencia”- Peli
me toma suavemente de la mano. A pesar de que ya hace unos meses que estamos juntos,
aún me pongo nerviosa cuando lo hace. Sé que me quiere. Sé que valgo la pena. De
todas formas, me siento en un cuento de hadas cada vez que toma mi mano. Ni
hablar de las veces que me mira a los ojos y me sonríe. Con sus perfectos
labios rojos. Con sus profundos ojos negros. Una vez dentro del aula, me
abraza. Me besa, -primero suavemente-, y de a poco todo se va tornando caluroso,
agitado, transpirado. Él es quien decide detenerse. Afortunadamente Peli
también quiere que ese momento sea especial. Aunque sería un recuerdo muy
especial el de nuestra primera vez en la escuela durante la Toma. Ambos sabemos
perfectamente que nuestro rol en todo esto no habilita algo así. De modo que
nos detenemos. Nos miramos. Nos reímos. Nos peinamos. Nos secamos. Y resolvemos
lo de la obra teatral.
Ha pasado todo el fin de semana. Peli, Mar,
Esteban, Pedro, Atenea, Guille, Lucas, la seño de primaria, Laura –con su
hijo-, veinte pibes de diferentes cursos de secundaria, unos diez padres de
primaria y quince exalumnos del colegio se han quedado aquí. De todos modos, no
hubo mucho que resistir. Creíamos que aprovecharían el sábado o el domingo para
intentar hablar con nosotros, irrumpir en la escuela, algo. Pero no. Es lunes y
aquí estamos. Empiezan a llegar los chicos de secundaria, que asisten al
colegio con mucho más entusiasmo que antes. Quieren saber. Quieren participar. Algunos
buscan asistir a los talleres. Otros quieren ayudar a los talleristas.
Nos reunimos en el tinglado. Les contamos
cómo va la cosa. No tenemos mucho para decirles. Solamente que seguimos
esperando una respuesta, una propuesta, algún tipo de manifestación de interés
de parte de la Dirección. Peli no necesita micrófono. Todos lo escuchan en el
más absoluto silencio. De pronto, Beni,
de maestranza, se asoma agitado a la puerta y exclama: -¡Vino el DG!
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