viernes, 6 de julio de 2018

Por qué los adultos me odian, Capítulo 19: Caecus



Capítulo 19: Caecus

Pienso que si pudiera ver mi cara

Sabría quién soy en esta tarde rara

Jorge Luis Borges: “Un ciego”

Diciembre. Calor. Cansancio. Exámenes. Bronca. Miedo. Calor. Muchas ganas de estar en otro lado. Al menos no tengo terror a lo que me diga mi papá. Es una de las cosas buenas de su ausencia. Ya no puede retarme por todo lo que hago mal. Desde que no está siento mucha más libertad. Claro, no debería ser libertad para llevarme materias. Pero eso no depende solamente de mí. No al menos este año. En otras oportunidades, otros años, he sabido ser demagógica. He sabido responder con la carita adecuada para que la/el docente de turno creyera de mí lo que más me convenía. (Así de simple es llevarse bien con profesores que no están interesados en vincularse). Callaba cuando debía y asentía cuando era pertinente. A veces era atinado responder correctamente una pregunta cuando todos callaban –un poco por desinterés, un poco como castigo, otro poco por miedo-. Entonces yo respondía como quien saca las papas del fuego en el momento justo, antes de que se quemen. Antes de que la/el profesor se enfureciera por nuestra indiferencia. Eso los tranquilizaba. Mis compañeros me agradecerían más tarde por haberles ahorrado una reprimenda, una evaluación sorpresa, o el castigo que fuera. Pero este año, después de la fracasada –aunque vigorosa- toma, después de la repentina muerte de papá, después de la apática tesitura adoptada por mis profesores ante mi dolor, después de mis sólidas –aunque débiles- manifestaciones de angustia… después de todo eso… sólo pude bajar los brazos y entregarme sin queja ni esperanza a los antojadizos designios de algunos de mis docentes. Llegan los exámenes y debería rendir Computación, Física –claro-, Historia, Matemática, Geografía, Biología, Educación Física (casi imposible evitar la siesta-duelo durante estos meses), Química y Formación religiosa. Nueve materias. Sé muy bien que es una tarea ardua, compleja, pero practicable. Todos los años vemos compañeros que durante la cursada habían sido señalados por su mal desempeño y que, en unas pocas semanas, aprueban todas las materias. Nunca vi que ninguno de esos alumnos recibiera por parte de la Escuela algún tipo de asesoramiento, de ayuda en la organización. Era cuestión de ir a profesor particular, tragarse mil resúmenes en unos días, hacer tripa corazón, tomar Speed con café durante un par de noches y asistir al examen con la cabeza gacha, arrepentido y culposo. Así se aprueban los exámenes de diciembre en la escuela secundaria. Excepto en algunos casos. A veces nos piden un trabajo y la presencia en la fecha correspondiente para defenderlo. Pero este año no pude hacerlo. Era la primera vez en mis años de estudiante que, no solamente me llevaba materias, sino que desaprobaba evaluaciones. Yo siempre había sido una alumna excelente. Cumplidora. Intachable. Nadie se ocupó de mí durante el desmoronamiento. Nadie previó el derrumbe. Absolutamente nadie me miró. Solo Peli, Natu y Pili. Pero ellos también tenían sus propios bailes, sus propias avalanchas personales. Su auxilio llegaba hasta donde llegan las intervenciones de los amigos, de los pares. Tampoco mi mamá se daba cuenta de lo que se nos venía encima. Ella estaba ocupada en disfrutar de la justicia divina –así la llamaba- que le mostraba que los réprobos recibían su castigo. Estaba indignada porque yo sufría. Cuando me encontraba abatida frente a la ventana de mi cuarto, con la cama sin hacer y la cocina intacta –signo de que no había almorzado- se enfurecía. Empezaba su discurrir respecto de lo inaceptable que le resultaba mi tristeza. Decía que papá había elegido alejarse de nuestras vidas, y que su muerte ya era real antes de que falleciera. Decía, además, que no entendía mi exagerado sufrimiento. Que papá nunca se había preocupado por mí, y que por eso yo no debía padecer una ausencia a la que ya estaba acostumbrada. Pero ella no entendía un montón de cosas. (No sé por qué, no entiendo por qué). Yo intentaba digerir la idea de que nunca más hablaría con él. Me esforzaba por retener su voz, sus gestos –incluso los que me habían hecho daño-. Su existencia, por más ruda, fría y lejana que fuera, me daba la certeza de que podía acercarme para recibir nuevamente su desdén. Pero esa imposibilidad, me enfrentaba con un abismo para el que no estaba preparada. No sé durante cuánto tiempo voy a sentirme así. Calculo que en algún momento este dolor y estas tinieblas van a menguar. Pero hoy no sé cómo hacer para preparar nueve materias. Y mucho menos enfrentar a nueve docentes que nada saben de mi pesar. A quienes nada les importa de mi vida personal. Quienes me ven como un enemigo al que hay que destruir. Porque les hice las cosas difíciles en clase. Porque les respondí como la adolescente que soy: con soberbia, con sarcasmo, con impunidad.

Han pasado cinco de las nueve fechas de exámenes. No he aprobado ninguno. De las cuatro que me quedan, dos son el mismo día. Así como se superpusieron otras dos de las que ya desaprobé. Creo que ya había bajado los brazos mucho antes de presentarme. Mamá me mandó a profesor particular para las materias exactas. Estudié con Pili para las teóricas. Pero yo quería hacer una manifestación. Mi falta de impulso, de interés, de fortaleza, era, precisamente, una declaración. Claro que esa declaración se llevaba consigo un año de mi vida. Todo lo vivido durante el año parecía caer en saco roto. Los adultos a mi alrededor decían que me enfrentaba al fracaso, que de ese modo aprendería sobre responsabilidad, organización, esfuerzo y tenacidad. Sin embargo, yo creo otra cosa. Disfruté de muchas cosas a lo largo de este año.  La escuela no fue todo el tiempo una molestia. Aquí hice cosas que forjaron mi autoestima. Todo lo que hicimos durante la toma, cómo nos organizamos, las cosas que propusimos. Después. Después todo volvió a su tradicional cauce. Falleció papá y aquí estoy. Repitiendo el año.

-Señora, usted sabe que Numina puede seguir asistiendo a nuestra institución. Es una joven muy inteligente, y entendemos que este año no tomó las mejores decisiones. Haberse sumado al grupo de rebeldes que tomó la escuela, vincularse tan de cerca con jóvenes conflictivos como Esteban, y sus amigos… todo eso la sacó de su eje. Pero estamos convencidos de que puede recobrar el rumbo. El año próximo seguramente habrá aprendido la lección.

Habitualmente mamá no me defendía. En general sus argumentos defensivos eran para abogar por sí misma. Solía sostener un montón de ideas enroscadas para intentar mostrar cuán víctima era de los errores ajenos, o del devenir. Sin embargo, esta vez, se irguió por mí.

–Señor Director, mi hija no tiene vínculos detestables, de hecho, estoy muy orgullosa de los amigos que ha elegido. Es una chica muy fuerte, muy sana. Ha sabido resolver a su modo un montón de situaciones a la que los adultos la hemos expuesto. Y lo ha hecho muy bien. Casi todo lo ha logrado sola. Absoluta y profundamente sola. No puedo decir que eso me enorgullezca, no por lo que a mí respecta. Pero sí, en relación con ella. Ella decide y resuelve mucho mejor que usted y que yo. Lo que pasa es que somos miopes, si no ciegos. Que repita de año me parece poco importante al lado de todo lo que le ha ocurrido. De hecho, no creo que sea su culpa. Al menos no solamente suya. Yo tengo mi responsabilidad. Mi ex y difunto esposo, también. No la hemos sabido acompañar. La hemos dejado sola. Por suerte, ha tenido a esos amigos de los que usted habla tan mal. Ellos han sido sus pilares. Nosotros solo hemos sido obstáculos, desvíos, lastres. Ustedes tienen gran parte de culpa también. Ustedes como Institución. Y ustedes como individualidades. Nadie ha sabido verla. Nadie ha podido vislumbrar el desenlace. No hay nadie que se ocupe con seriedad de lo que les pasa a los jóvenes que asisten a esta escuela. Todo va de mil maravillas cuando a los chicos no les pasa nada. Cuando no hay nada de qué ocuparse. Pero los adolescentes son acontecer. Son presente. Son vivencia. Y ustedes no acompañan la vivencia. Ustedes quieren resultados exactos. Jóvenes cabizbajos. No les adjudico toda la responsabilidad. Tanto nosotros como padres y ustedes como Escuela somos los que hemos fallado. Ella no. Ella necesitaba que la apuntaláramos. Pero nadie vio que se estaba derrumbando. Nadie quiso mirar más allá de su propia nariz. Gracias, pero no. Numina no necesita una escuela como esta. Numina necesita un lugar donde la miren a los ojos. Una escuela que, si los padres yerran, esté atenta a lo que le ocurre al estudiante. No digo que la escuela deba ocuparse de tareas paternales. Digo que la escuela debe estar ahí, observando. Alerta. Ustedes no solamente abandonaron a mi hija, si no que le aumentaron la angustia. No puedo permitir que sigan “ocupándose” de ella. Debo responder al llamado de auxilio que es esta repetición de año. Sé que atiendo tarde. Pero trataré de hacer lo mejor. Sacarla de aquí.

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