Capítulo 20: Sublimierung
Por fortuna el tiempo pasa
más rápido de lo que en el presente uno puede entender. Hay momentos en los que
el acontecer se apodera de nosotros y sentimos que somos presas del devenir.
Sin embargo, cuando miramos hacia atrás, descubrimos el valor de cada una de
nuestras decisiones. Hasta de las más pequeñas, aquellas que nos parece que
tardarán una vida en mostrar sus consecuencias. Somos el producto de nuestras
acciones, de nuestras decisiones. Mi recorrido en el colegio del que tanto les
hablé ha terminado hace tiempo. Estoy estudiando Psicología en la UBA. Mi mundo
se amplió tanto que me resulta irrisorio pensar en cuánto me preocupó lo que
allí pasaba. Completé mi educación secundaria en una escuela de la zona, que no
era el paraíso educativo, pero al menos manifestaba muchos menos vicios que
aquella. Allí amplié mi círculo de amistades, descubrí que hay muchos perfiles
de docentes –no todos están infectados con el virus de la desesperanza- y
aprendí a bancármela. No bajé la cabeza para seguir aguantando las injusticias
de docentes que no tienen vocación, ni amor -o al menos respeto- por la sublime
tarea que ejecutan. Quedarme allí,
después de repetir de año, hubiese sido aceptar todas sus injusticias. Todas
sus irregularidades. Todos sus silenciados crímenes. En síntesis: el pasado
pasó. Pero dejó su marca. No digo su herida. Digo su marca. Una marca que en un
principio debió ser atendida, sanada. Porque sangraba. Durante un tiempo llegó
a heder. Pero poco después –mujer resiliente, me llaman Natu y Pili- la
infección cesó. Y le herida empezó a sanar. Por suerte en el alma y en el
cuerpo las heridas dejan cicatrices. Las cicatrices son bellas. Bellísimas.
Porque son señal de vida experimentada, de caminos recorridos. De riesgos
enfrentados.
Mi antigua escuela sigue
existiendo. Conserva su nombre. Conserva su edificio. Pero no conserva sus
raíces. No reniego tampoco de eso. Es producto de la sociedad en que vivimos.
De los valores alterados. No estoy diciendo que mi Centro Educativo (aún lo
llamo mi), el colegio de mi infancia y mi adolescencia alguna vez fuera
perfecto. Solo insisto en que algunos cambios –realizados con plena conciencia,
adrede, en pos de un modo de ser y enseñar frío, rígido y ciego- son
irreparables. No digo que la época de los frailes dentro del colegio haya sido
ideal. Sólo digo que al menos era más humana. La elección de los líderes es la
que hace la diferencia. Porque son ellos los que marcan el rumbo de una
institución. La que sea. Hoy por hoy, quien manda a sus hijos al colegio en el
que yo no terminé la secundaria, sabe que su elección es una máscara. Porque la
comunidad entera sabe con certeza por dónde pasa lo central en dicho
establecimiento. Pero esta sociedad requiere de este tipo de escuelas. Cuando
se busca otra cosa –lamentablemente- hay que hacer un recorrido casi
alternativo.
Peli se quedó en el
extranjero. Volvió por unos meses después de su viaje. Me contó todas sus
experiencias. Estaba igual, pero amplificado. Creo que me enamoré aún con más
fuerza del Peli que regresó. Pero supe desde el primer momento que no iba a
quedarse quieto. Desde el primer momento me expresó su deseo de volver a irse.
Sus padres podían bancárselo y la experiencia era fascinante. Nunca me sentí
mal por su decisión. Nos disfrutamos esos meses que estuvo en Argentina –y
seguimos encontrándonos cada vez que viene a visitar a amigos y familia-.
Tuvimos muchísimo sexo. Tanto como para que de nuestros registros físicos nunca
se borraran ciertas sensaciones. Nos dijimos todo lo que sentíamos. Nos
alegramos de habernos tenido. De seguir teniéndonos a la distancia. Y cortamos
el noviazgo. Evidentemente.
Natu estudia en el UNA.
Hace un año que vive solo en CABA. Esta de novio con un compañero de la
facultad. Tuvo su primera vez con ese novio. Me contó que fue mejor de lo que
había soñado. Y que cada día descubren nuevos modos de amarse.
Pili vive con sus padres y
hermanos. Estudia Medicina en el Austral. Viaja mucho para llegar hasta la facu
y en cada viaje conoce gente. Algunos se transforman en amigovios, otros en
incertidumbres. Lo cierto es que Pili no quiere ponerse de novia. Esta de novia
con su pasión por la medicina. Por ahora al menos,
Esteban terminó conmigo la
escuela secundaria. Sus padres también decidieron cambiarlo de colegio. Él
también está estudiando en el UNA. Es el más sexy de todos los que allí cursan.
Todas las chicas de su carrera han salido con él –las lindas, claro-. Lo bueno
es que Esteban (MS como le gusta que lo llamemos) trata a todas con igual
ternura, con idéntica pasión. Todas quedan super enamoradas de él. Y yo
agradezco por lo bajo ser su amiga y saber cuán seductor es.
Pedro se dedica al campo,
como su papá. Estudia para ser Ingeniero Agrónomo en Luján, mientras trabaja
poniendo en práctica todo lo que aprende. Sigue siendo igual de ocurrente,
igual de desinhibido que siempre. Pero ahora frecuenta a las compañeras de la facultad
de Esteban –porque las de Agronomía son menos, y ya lo conocen bien-.
Mi papá sigue siendo un
recuerdo tormentoso. Hay alegría y tristeza en mis memorias. Todavía lo
necesito y creo que siempre lo voy a extrañar. No sé bien si lo que necesito y
extraño es lo que verdaderamente fue o lo que yo hubiese necesitado… pero lo
cierto es que lo extraño. Y pienso en él casi todos los días.
Mi mamá está en pareja hace
más o menos dos años. No viven juntos. Nosotras tampoco. Apenas empecé a
laburar –ilustro libros para adolescentes en una editorial que funciona a
través de intenet- me fui a vivir a la vacía casa de una tía-abuela que vive en
un geriátrico hace décadas. Nos vemos poco. Yo diría que lo suficiente. Creo
que con el paso del tiempo ambas vamos entendiéndonos más. Yo dejo de juzgarla
tanto, y ella deja de esperar tanto de mí. Ni una ni la otra es la madre ni la
hija que la otra espera. Pero nos vamos aceptando. Respetando.
Mis hermanos siguen en la
suya. El mayor, viviendo en el extranjero. El menor boyando de novia en novia,
hasta que alguna se convierta en su mujer ideal.
Atenea. Dejó la docencia. Regresa
a ella ocasionalmente, como para despuntar el vicio, para reencontrarse con su
primer amor. Se dedicó de lleno a la escritura. El otro día me contó que está
escribiendo una novela sobre lo que vivimos aquellos años en nuestra escuela.
Me dice que es su modo de sanar aquellas heridas. De reivindicar a todos los
damnificados. A todos los silenciosos sangrantes. Para suavizar aullidos. Para sublimar
el dolor
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